Era una noche sin luna. Una noche sin luna y tormentosa de
verano. Mientras afuera se desataba toda la cólera que unas nubes podían
descargar, yo me disponía a navegar por internet.
Quiera la casualidad que fuera a dar parte a una web de
ventas normal y corriente. El diseño no era llamativo (es más, era de
principios de los 2000) y el idioma tampoco me llamaba (estaba escrita en el
idioma del Sacro Imperio Romano). Sin embargo algo dentro de mí hizo click.
En retrospectiva creo que ese “click” lo hizo mi sentido común
al apagar las luces de su oficina e irse de vacaciones.
Una oleada de consumismo se apodero de la mano que manejaba
el ratón de mi ordenador mientras yo veía
impotente como iba añadiendo cosas al
carro virtual de aquella página web. Mi cerebro tampoco ayudaba, estaba
trabajando a otro nivel, segregando endorfinas como un sifón. Era un espectador
de lo que estaba ocurriendo aquella noche.
Después de confirmar el pedido (gracias a Paypal tu
felicidad solo requiere dos clicks de distancia) me fui a la cama. A la mañana siguiente no me podía creer lo
que había hecho ¿Dónde lo iba a meter? ¿Qué iba a hacer con ello?.La duda me
duro aproximadamente dos minutos, lo suficiente como para que mi cerebro
(maldito sea) volviera a segregar endorfinas y me tranquilizara.
Hoy hacia una semana de esa fatídica noche. No esperaba que
llegara, sin embargo, al abrir el buzon ahí estaba: una notificación de
correos. ¿Notificación de correos? Si yo había pagado a un transportista para recibir
el paquete en mi puerta. Pues bien, parece ser que los 18 kilos de peso no eran
muy del agrado del paquetero, así que lo ha dejado en correos “y ya lo pasare a
buscar por allí”.
A la cartera casi le da algo al darme el paquete. He visto
en sus ojos una mezcla de odio por hacerle levantar semejante paquetón y
curiosidad por saber que hay dentro.
Pero ahora llevo ya varias horas disfrutando de mi yelmo y mi
cota de malla.
Sé que estoy rompiendo la magia pero me da igual: esas fotos estaban hechas a 42º y me estaba cociendo dentro del yelmo. La cota tampoco ayudaba a refrescarme.Pese a todo, creo que las fotos merecen la pena.
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