domingo, 19 de agosto de 2012

La Gran Guerra (vol. II)


Repasemos en líneas generales lo dicho anteriormente: la Primera Guerra Mundial fue un chiste. Un chiste que gira en torno a la improvisación, concretamente en la mala improvisación de los dos bandos.

Sí, amigos, el cerebro de un militar no está pensado para improvisar, está preparado para obedecer a lo que llega de arriba. ¿Qué pasa cuando desde arriba te dicen “eh, Hans/Pierre confiamos en usted plenamente, haga lo que crea conveniente”? pues que todo se viene abajo. De esta forma, si eres un general de sillón y tu subalterno sabe más que tú, siempre puedes colgarte sus medallas, y si se equivoca, culpa suya (que para algo has delegado en él). Es lo que en España se considera deporte nacional bajo el tecnicismo de “pasar el marrón a otro”.

Solo es un maniquí, pero aun así yo no me esperaría mucho de él.


Una de las cosas más divertidas eran los uniformes. Al principio los franceses iban con colores tan discretos y naturales como el rojo y el azul. Los alemanes iban con los tonos verdosos que tan característicos son del look militar germánico. Pese a todo, el primer año en las trincheras fue de risa: si un francés se asomaba al borde de la trinchera, su gorra roja lo convertía en un blanco fácil; si se asomaba un alemán, su casco con pincho lo delataba y lo convertía en un blanco fácil. Si, en 1914 los francotiradores tuvieron su agosto.

Trincheras: ¡ahora con mas hedshots por segundo! Ríase de Enemigo a las Puertas aunque esté en Bluray.

A las cabezas pensantes de ambos ejércitos se les ocurrió la idea definitiva para evitar llamar la atención al sacar la cabeza por la trinchera: los franceses cambiaron sus quepis de rojo a azul y los alemanes pusieron una telita verde (que además protegía de suciedad el gorrete) a su pickelhaube. Me dan ganas de aplaudir hasta que me sangren las manos ante semejante genialidad.

No fue hasta 1915 cuando a un francés, iluminado por algún poder superior, descubrió el nuevo peligro para la salud del soldado: la metralla. Se diseñó un casco de metal que parase (o por lo menos impidiera que causaran mucho destrozo) las balas y la metralla ligera. Nacía el casco Adrian, un casco con clase. Parecía que los franceses se empezaban a tomar en serio la guerra en general, pero era solo para despistar.

Consigue tu casco Adrian y lígatelas a todas.

[Continuará (again)]

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