Como muchas de las derrotas militares, se ha romantizado mucho acerca de Rocroi. No es nada nuevo, las Termópilas también supuso un desastre para Esparta, pero ahí está, como si esa batalla fuera la hostia, a pesar de haber sido un debacle social para la polis, que perdió la gran mayoría de ciudadanos de derecho y de la que Esparta tardó décadas en recuperarse.
Pero no importa, porque ahí está el nacionalismo para
convertir una simple derrota más en un “sacrificio heroico”. De “desastre” a “modelo”.
Gracias, propaganda, por darnos razones para poder odiar a los franceses con un
libro de historia en la mano. Pero no es muy difícil encontrar razones para
odiar a los franceses, la verdad.
El caso, Francia estaba muy subidita de tono y la
Guerra de los Treinta Años, que había empezado como una disputa religiosa, de
repente había llamado la atención a un montón de países que querían encontrar
una excusa para partirle la cara el vecino. El Imperio Hispánico, por su parte,
le guardaba rencor absoluto por haber malmetido contra nosotros en Portugal
(que por aquel entonces era parte de España) y en Cataluña (que por aquel
entonces era parte de España).
La idea de Francia era que el Imperio tuviera el
dilema de a dónde enviar sus tropas: si a la guerra contra el rival exterior o
destinarlas a proteger la nación de los movimientos secesionistas interiores. Nada
nuevo se inventó en la Segunda Guerra Mundial que no se hubiera dado ya a mediados
del siglo diecisiete. Excepto, quizá, la bomba nuclear.
Y el Imperio le dijo “con que esas tenemos, ¿eh?” y le
hizo la trece-catorce y le invadió por el norte, desde Flandes, con intención
de hacerle “el aquello” a través de las Ardenas. Lo cual me lleva a insistir en
que nada nuevo se inventó en la Segunda Guerra Mundial, y que invadir Francia
desde territorio belga es el sándwich de jamón york y queso de la táctica
militar.
El caso, resumiendo rápidamente para no aburrir con tecnicismos militares: la Batalla de Rocroi la perdemos, muchachos. Las fuerzas enfrentadas a los franceses eran multinacionales, y había italianos, alemanes y españoles. Los que resistieron hasta el final fueron los españoles del contingente, que se clavaron en la posición hasta que agotaron la munición.
Lo que se ha visto con una aureola de romanticismo y heroísmo,
en realidad supuso el comienzo del fin de la hegemonía de los tercios españoles
en Europa. Francia le cogía el relevo al Imperio Hispánico, que comenzaba a
entregar la cuchara. El núcleo duro, de veteranos de los tercios, estaba o bien
muerto o bien capturado. Se había demostrado que los tercios españoles se
podían derrotar en batalla, y perdieron la aureola de invencibilidad, que les
daba la ventaja moral.
Obviamente, esa derrota se ha reinterpretado en el nacionalismo español como el epítome del soldado español abnegado, cumplidor con su deber ante cualquier adversidad. Aunque se olvidan que esos soldados, después de haber resistido, aceptaron las condiciones de rendición que les ofrecieron los franceses, que fueron bastante generosas, por cierto.
Pero todo el mito de Rocroi no es más que un esfuerzo enorme para tapar una vergüenza enorme: que nos vencieron los franceses.
Llego tarde a esta fiesta. Entré por los años 20 y veo aquí que te explicas muy bien en todos los siglos. Has dejado de escribir o simplemente lo has echo aquí. El caso es que ahora caigo en que debería hablarle de usted, que Lord Timothy Worsworth-Moriarty III seguro tendrá tres o cuatro títulos nobiliarios. En fin, que me voy a leer unos cuantos posts más que me ha gustado lo que escribe (y cómo lo escribe) su excelencia.
ResponderEliminarFdo: Lady Cornelia Thorne-Fitzpatrick.