domingo, 8 de mayo de 2022

La rebelión de los boxers


 

Los boxers son la prenda íntima más cómoda que puede portar un hombre, muy por encima de los slips. Los boxers no aprietan demasiado la entrepierna, al mismo tiempo que aportan una óptima sujeción de la genitalia.

Me informan que el párrafo introductorio es incorrecto en términos de contexto histórico, porque no nos estábamos refiriendo a los boxers de ropa interior, sino a chinos cabreados con predisposición a las artes marciales. Perdonadnos la confusión que pueda haber causado.

Finales del siglo XIX, China. Las potencias occidentales se reparten los territorios que la Dinastía Quing no podía controlar con eficacia, especialmente puertos en la costa. Comprenderéis que a los chinos, especialmente a los más tradicionalistas, no les hacía ni pizca de gracia esta injerencia extranjera. Aunque no queda ni la décima parte de guay si digo que todo esto es la enésima disyuntiva entre progreso y tradición.

La tradición de vestirse con pijama y llevar un cartel de "regalo abrazos".

De ese tradicionalismo surgen sectas semi-religiosas como la “Yihequan”, que básicamente significa “Los Puños Justos y Armoniosos”, que para acortar llamaremos “boxers”. Carlistas de ojos rasgados, para que nos entendamos. Los alegres muchachos chinos veían a los misioneros cristianos con la misma cara que mira a un negro un militante de VOX. Y poca broma con la comparación con el carlismo, porque los boxers creían que sus conocimientos en artes marciales les podían hacer invulnerables a las balas y cañones, muy en la línea de los detentes carlistas.

Durante un tiempo, los gobiernos legítimos usaron a estos y a otros tradicionalistas de sectas similares en la pacificación de zonas con extendido bandidaje. Eran los mercenarios perfectos, hasta que empezaron a mirar con malos ojos a los occidentales. Una cosa llevó a la otra, las malas miradas pasaron a los asesinatos y los asesinatos se combatieron con represión, represión que alentó a más asesinatos. La cosa se fue de las manos en una clásica espiral de violencia.

Italianos italianeando en China, con su poderosa caballería.

Las potencias extranjeras occidentales llevaron a cabo varias “expediciones de pacificación” que más se ralentizaban cuanto más se adentraban en el territorio interior, hostigados por rebeldes chinos. Y cada vez se cabreaban más ante el atrevimiento de los chinos a resistirse a ser conquistados, aumentando la virulencia de las expediciones punitivas. Y esto último elevó las tensiones hasta una declaración de guerra a todas las potencias extranjeras por parte de la emperatriz china.

Muchos de los gobernadores locales se hicieron los suecos ante la declaración de guerra para evitar que las potencias occidentales “llevaran el progreso” (guiño-guiño) a sus tierras. Así que lo gordo de verdad se concentró alrededor de la ciudad imperial de Pekín, donde los delegados de las potencias extranjeras y la emperatriz china estaban viviendo en el mismo rellano.

¡Pero bueno! Odiaban tanto a los chinos que hasta habçian invitado a Austria-Hungría.

Esa rivalidad en el vecindario fue el detonante de una batalla al barrio de las delegaciones internacionales. Los chinos sitiaron a los extranjeros, que se atrincheraron bien fuerte en las embajadas durante días hasta que una columna de rescate apareció para levantar el sitio al mismo tiempo que la emperatriz china huía de la ciudad disfrazada de pobre.

Cada país acusó a los demás de ser los más crueles y saqueadores, al mismo tiempo que negaba las acusaciones que hacían sobre él. China vivió una guerra civil entre partidarios y detractores, en la que los propios chinos no se quedaron atrás a la hora de matar y desolar los pueblos que se sospechaban que apoyaban a los boxers.

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