Voy a hablar de otra cosa que no se Ucrania ¿vale?
Antes de que llegaran los romanos, había unos pueblos
que habitaban la Península Ibérica. Nuestra querida Españita. La porción de
terreno que no es Portugal. Realmente eran una serie de enclaves que más o menos
compartían una cultura común. O unas culturas, porque la cosa no estaba
unificada. Y, además, les gustaba hacerse la guerra entre ellos.
Por la zona del Pirineo Atlántico teníamos una fuerte
influencia celta porque, bueno, estaban los celtas cerca. Se extendían hacia el
sur por lo que viene a ser hoy en día Castilla, que en su tiempo era NoCastilla
porque aún no se habían edificado sus característicos castillos.
Que, por cierto, en aquel entonces la costa
Mediterránea no estaba invadida de ingleses y alemanes, estaba repleta de puertos
mercantes cartagineses del norte de África, un puñado de asentamientos de
comerciantes fenicios de la zona sirio-palestina y alguna colonia griega por
ahí despistada, de la zona de Grecia, de toda la vida. De hecho, la
introducción de otras culturas en la costa fue relativamente pacífica porque
traían elementos de lujo. Y a todo el mundo le gusta el lujo, especialmente a
las élites.
Pero la zona entre la cultura celta y la cultura ibérica había una tierra de nadie, un chaqueterismo enternecedor que recogía lo que le interesaba de una cultura y recogía lo que le interesaba de la otra. Una mezcolanza que se denominó “celtibérico” porque, bueno, podía ser cualquier cosa. No eran celtas, no eran iberos, pero es que en España siempre hemos sido así, de coger las modas y creérnoslas.
Los íberos eran una sociedad jerarquizada y
militarista. De hecho, el pináculo de la sociedad ibera era el guerrero, con su
característica espada falcata. Luego ya estaban los artesanos y, ya si eso, los
demás. Las sacerdotisas también eran importantes para la sociedad, y llevaban
ricos adornos que ponían de manifiesto su relevancia. Podríamos decir que a lo
íberos les molaban dos cosas: la guerra y la religión.
Respecto a la religión, precisamente, tenían animales sagrados “muy de aquí”. El lince estaba relacionado con el mundo de los muertos, el toro era fuerza y hombría, y los buitres eran los “mensajeros” que transportaban las almas al más allá. Solían incinerar a sus muertos y enterrar sus cenizas en urnas o cajas. Que, como todo, si eras rico tenías mejores enterramientos que si eras pobre, que lo de que la muerte nos iguala a todos es una patraña.
Pero todo esto me lo podría haber inventado muy
fuertemente. Porque resulta que vinieron los romanos y los latinizaron a todos.
Todo lo que nos queda son interpretaciones culturales de restos arqueológicos,
hipótesis y textos fragmentados. Pero una cosa está clara, los íberos guerreaban duro pero, al final las modas lo joden todo.
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