domingo, 27 de febrero de 2022

La invasión de Afganistán.

 


Todo este tema de la invasión de Ucrania me recuerda a lo que vivió la Unión Soviética en Afganistán. Apartémonos en el espacio y en el tiempo para hablar de tensiones políticas, peticiones de ayuda, invasiones “de socorro” y todas esas cosas, pero en otro espacio y en otro tiempo. Por favor.

Durante la Guerra Fría, si pertenecías al Movimiento de Países No Alineados y llamabas la atención, tenías muchas posibilidades de acabar muerto. Los ejecutores eran variados: un comando de la CIA, un comando de la KGB, partidarios locales exaltados de la superpotencia A, partidarios locales exaltados de la superpotencia B… las posibilidades y combinaciones eran casi infinitas.

El Soviet Supremo exportando revolución.

El caso es que Afganistán en la década de los años setenta, como muchos otros países, estaban viviendo un pequeño coqueteo con la idea de acelerar el progreso de un país mediante una revolución. No una revolución bolchevique, pero una revolución que aligerara las reformas, que estaban siendo demasiado lentas. Y pese a las diferencias ideológicas, la Unión Soviética le dijo a Afganistán “chaval, ha venido el experto en revoluciones, ¿qué necesitas?”.

Antes de que los soviéticos entraran en Afganistán hay de todo: asesinatos normales y corrientes, golpes de estado, asesinatos de opositores, manifestaciones violentas, asesinatos de opositores de los opositores, atentados y, por supuesto, magnicidios políticos. Todo ello mezclado en un contexto político en el que el partido gobernante (el Partido Democrático Popular de Afganistán) estaba polarizado en torno a las figuras de dos políticos enfrentados: Muhammad Taraki (pro-soviético) y Hafizullah Amín (más moderado).

Alegres muchachos afganos sin ideología concreta.

La verdad es que, las reformas que Taraki impuso al país, incluían prohibir el cultivo del opio, fomentar un laicismo estatal y hacer cosas de rojos (como legalizar los sindicatos, establecer un salario mínimo o fomentar la igualdad entre hombre y mujer). Obviamente, esto no gustó a los sectores tradicionalistas y fundamentalistas religiosos, que se opusieron con toda su fuerza a las reformas. Y por ello, necesitaron ser duramente reprimidos para que se dieran cuenta que no podían oponerse al progreso™.

La Unión Soviética, veía todo esto desde el burladero pensando “buah, menuda liada”. Y resulta que Amín da un golpe de estado contra Taraki y se proclama presidente. El muchacho duró algo más de cien días, y se ganó la enemistad de casi todos, purgando a los partidarios de Taraki y acercándose a la órbita de Estados Unidos, cosa que metió miedo a la URSS.

Islamismo para unos, banderitas rojas para otros.

El Consejo Revolucionario pidió ayuda al Soviet Supremo, porque estaban hartos de Amín, y los soviéticos responden con un comando de fuerzas especiales que liquidan a Amín. Es el 27 de diciembre de 1979, las fuerzas armadas rusas cruzan la frontera para responder a la llamada de ayuda del Consejo Revolucionario. Y ya estaba liada la cosa durante diez añazos (que se dice pronto).

De 1979 a 1989 la URSS sufrió una guerra de guerrillas sin clemencia. Unidades del ejército afgano desertaron y se pasaron a las filas de los muyahidines. Mantener esa guerra de baja intensidad en Afganistán agotó recursos materiales y económicos a una URSS ya más que cansada de la Guerra Fría, y terminó acelerando su propia caída.

¿Y sabéis que es lo peor de todo? que el Partido Democrático Popular de Afganistán se mantuvo en el poder hasta 1992, los muy pillos. Luego llegaron los talibanes, y ya sabéis el resto.

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