domingo, 7 de julio de 2019

Alejandro Magno




Corre por Internet una especie de texto motivacional que te empuja a hacer grandes cosas porque Alejandro Magno ya era el dueño de un imperio cuando era un veinteañero. Como si el zagal hubiera llegado al mundo con las manos vacías y hubiera, en una especie de moraleja en la que el esfuerzo tiene su recompensa, amasado un imperio bien merecido. Alejandro Magno, el Amancio Ortega del helenismo clásico.

No estoy diciendo que el bueno de Alex no tuviera valía, que sobrevivir a los típicos complots dinásticos y a las obligatorias batallas tiene su mérito. Que la Antigüedad tenía sus cosillas, y una larga esperanza de vida no era uno de sus puntos fuertes. Pero para todos los aprendices de terapeuta emocional os lo digo: yo tengo derecho a ser un mierdas porque mi padre no era Filipo II, Rey de Macedonia.

Es cierto que los primeros años después de la muerte de su parte se tuvo que dedicar a re-consolidar su poder, conquistando a todos esos pueblos que habían aprovechado la muerte de Filipo para independizarse. Que puede ser una putada, sí, pero es como si en herencia tu padre te lega los ingredientes para hacer una deliciosa tarta: tienes que currártelo un poco, pero luego disfrutas comiéndotela. Pues Alejandro con su imperio es más o menos lo mismo, solo que con menos bizcocho.

Alejandro Magno a punto conquistar medio mundo armado solo con sus puños y un cabreo importante.

Una vez afianzado su poder en Macedonia, bajó hacia abajo a conquistar Grecia. Hizo una paradita a ver qué le contaba el Oráculo de Delfos pero, obviamente después de pagar una buena suma de dracmas, todo lo que le dijo fueron cosas buenas. Atenas se rindió sin más después de que Alejandro les prometió que no iba a arrasar la ciudad hasta los cimientos. Y cuando tuvo toda Grecia bajo su autoridad, dijo “oye, ¿y por qué no libero las polis del otro lado del Egeo?” guiñando el ojo pícaramente cuando pronunciaba la palabra “libero”.

No es que fuera un conquistador, es que le preocupaba mucho la seguridad de la cultura griega, y una vez liberadas las colonias helenas lo siguiente en caer fue el interior de Anatolia, para que las colonias estuvieran seguras. Y ya desde allí, bajando por la costa mediterránea, a Egipto. En Egipto se le apeteció Mesopotamia y una vez llegó a Mesopotamia pensó que por qué pararse ahí y tiró recto a ver que más podía conquistar. Todo para proteger el Mediterráneo, claro.

El gel de baño preferido por los diádocos macedonios.

¿Y para qué tanta tierra? Si quitamos el triángulo mediterráneo formado por Mesopotamia, Egipto y Grecia, la gran mayoría del territorio del Imperio de Alejandro era un descampado. Amplias extensiones de nada en absoluto. Es como cuando yo voy a un buffet libre y empiezo a poner cosas en el plato que luego no me como, pero que están ahí al alcance y pienso que en algún momento me van a apetecer.

Pero Alejandro además de avaricioso era astuto, e iba casando a sus generales con las hijas de los reyezuelos locales para emparentarse con la nobleza local y no parecer un conquistador más. Él mismo, para romper el hielo y dar ejemplo, se casó con nobles persas. Pero, menuda contrariedad se dedicó a fundar ciudades en vez de a fabricar descendientes (unas setenta), aunque cabe destacar que lo que tenía de urbanista le faltaba de imaginación, que un absurdo porcentaje de esas ciudades se llamaban igual: Alejandría. Como cuando yo creo veinte documentos de word que se llaman "Nuevo documento de Microsoft Word".

¿Creíais que iba a hablar de Alejandro Magno sin hacer el chiste de la macedonia de frutas? ILUSOS

Al final se le acabó el chollo y, como dice el viejo refrán, la muerte nos iguala a todos. Cuentan que Alejandro se encontró con Diógenes rebuscando en la basura y le contestó que estaba buscando los huesos de un esclavo, pero que no los distinguía de los del padre de Alejandro. Golpe bajo, Diógenes, golpe bajo. Unos dicen que Alejandro Magno murió envenenado, otros que de una larga enfermedad, sea como fuere, dejó un imperio enorme y poco consolidado.

Había regiones en Asia Menor en las no tenía control, pero él las contaba como territorios suyos. Algo así como si Alejandro se hubiera dejado caer por un poblacho perdido de la mano de Dios y les hubiera dicho a los campesinos “hey, ahora sois parte del Imperio Macedonio, ¿verdad?” sin esperar a que respondan, Alejandro anota el nombre del pueblo en su lista de lugares conquistados y se marcha. Todo guay, todo bien hasta que los campesinos se miran entre ellos y se preguntan “¿Qué es un Imperio Macedonio?”.

Al final, a la muerte de Alejandro, sus lugartenientes se repartieron el pastel. Aquel pastel hecho con los ingredientes de primera calidad que le había dejado su padre.

Si no estoy a la altura de Alejandro Magno en cuanto a eso de amasar un imperio, también espero no ser como él a la hora de morir treintañero.

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