domingo, 11 de noviembre de 2018

La carrera de las galaxias





Corría el final de la Segunda Guerra Mundial cuando las diferentes potencias que estaban montando una fiesta en el patio trasero de Alemania se dieron cuenta de una cosa: nadie había traído cervezas. También encontraron un montón de investigaciones sobre motores a propulsión, pero no comprendían como esos motores a propulsión podían traerles las cervezas que les faltaban.

El caso es que como Alemania ya había sido derrotada, había que  buscar una excusa para llevarse mal. El nazismo estaba derrotado, y las superpotencias elevaron implorantes sus ojos al cielo… y lo comprendieron. La causa de discordia durante las siguientes décadas sería esa, ver quién se daba antes un garbeo por el cielo.

Por ello, Estados Unidos y la Unión Soviética (y, recordemos, también Zambia) empezaron una carrera a contrarreloj por ver quien subía más alto. La competición empezó fuerte cuando uno de los primeros soldados en entrar en el recién ocupado Berlín cogió una silla y se subió de puntillas encima de ella.

Porque no hay nada como querer enviar un bombazo bien grande a unos miles de kilómetros de tus fronteras (o a una isla especialmente difícil de invadir) para empezar a dejar volar tu imaginación. Literalmente, los cohetes V-2 son el abuelo de los cohetes espaciales actuales, y mientras la paranoia de la Guerra Fría se extendía, alguien pensó “oye, si puedo meterle una bomba, puedo meterle cualquier cosa”.

Pero el logro más impresionante es leer como los astronautas del Apolo 10 hablaban de que había un ñordo flotando en mitad la nave espacial (página 414 y siguientes del documento).

Y esa “cualquier cosa” fueron los primeros satélites espía de la historia. Porque, y me vais a permitir citar a Obi-Wan para hablaros de la carrera espacial, cuando diga que “la altura me da ventaja”. Da todas formas, en el momento en el que te cansabas de enviar gentecilla al espacio, siempre podías utilizar la misma tecnología para ponerle un pepino nuclear a un misil balístico intercontinental y lanzarlo sobre el país que menos te gustara.

Llegamos al 4 de octubre de 1957 y la Unión Soviética lanza con éxito el primer satélite espacial: sube a los cielos el primer Sputnik, con la misma trayectoria ascendente que mis deudas. La puesta en órbita de una bola rusa con antenitas alarmó muchísimo a Estados Unidos, que hasta entonces tenía el arrogante pensamiento de ser el mejor en tema aeroespacial, y se apresuró en volcar carretillas de dinero encima de los científicos de Cabo Cañaveral.

El primer Sputnik volando por el cosmos.

Y ya que se podían poner en órbita pelotas de medio metro de diámetro, el siguiente paso era lanzar al espacio animalillos. Los primeros volvieron a ser los rusos, que lanzaron al cielo a la perra Laika. Cabe destacar que los americanos habían puesto en funcionamiento todos los V-2 que habían capturado a los alemanes y les habían metido dentro una plétora de emocionantes seres vivos, como moscas o musgo.

Estados Unidos envió monos y ratas al espacio, Francia envió a un gato, los rusos enviaron tortugas y Argentina lanzó en 1969 un mono llamado Juan. Aunque los países competían por ver quien lanzaba al animal más exótico más lejos, monos, perros y ratones se repitieron en las sucesivas misiones espaciales al uno y otro lado del Telón de Acero.

Velaske yo soi guapa

Después de ver que los animales volvían sanos con relativa frecuencia, se dio el siguiente paso: enviar humanos. Y una vez más, el 12 de abril de 1961, la URSS se adelantó a EEUU lanzando a Yuri Gagarin por el cosmos en la nave rusa Vostok 1.  John Glenn fue el primer capitalista en orbitar en torno a la Tierra el 20 de febrero de 1962, y nuevamente los rusos fueron los primeros en enviar una mujer, Valentina Tereshkova, ya en junio de 1963.

Y finalmente llegamos al último grito en la conquista espacial: hacer turismo en la Luna. Si bien los rusos volvieron a ser los primeros en lanzar un trozo de chatarra que llegara a la superficie lunar, los americanos se adelantaron en enviar al primer caballero. Todos conocemos a Neil Armstrong dando saltitos por la Luna y diciendo “Es un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad” antes de plantar la bandera estadounidense.

Aunque, claro, todo esto último lo grabó Kubrick en un desierto.

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