domingo, 24 de abril de 2016

Desde España, con amor




La Segunda Guerra Mundial fue divertida para España. No sólo había tenido un pase para el prestreno de las tácticas que iban a decidir esta contienda global, sino que encima acababa de salir de una guerra civil que la había dejado en la más miserable de las ruinas. Por esas razones España se mantuvo neutral cuando Hitler empezó a meter países en el saco del lebensraum.

Sin embargo, la afinidad ideológica de España con cierto dictador alemán hacía que tuviéramos butacas de primera fila para la invasión de Europa. Para muchos de los agentes fascistas alemanes e italianos, España entera se convirtió en una especie de “piso Franco”. Y perdón por el chiste.

Esos agentes habrían levantado sospechas en otros países de Europa. Hasta la neutral Suiza habría torcido un poco el morro, en un claro gesto de desaprobación, si las reuniones de espías del Eje se hubieran celebrado en suelo suizo. Pero España no. España había derrotado al bolchevismo internacional gracias a sus amigos italianos y alemanes. Y si ellos nos podían venirse de vacaciones a las soleadas costas de España como recompensa, apaga y vámonos.

En la reunión de Hendaya, Hitler y Franco se repartieron las Islas Baleares según esferas de influencia que hoy en día siguen vigentes: Cabrera y Menorca serán de soberaía española, Mallorca e Ibiza para Alemania. Los Ingleses, que no acudieron al pacto, se tuvieron que conformar con Magaluf.

Por toda la geografía española aparecieron señores de sospechoso apellido alemán. Las embajadas de los países del Eje se convirtieron en foco de secretos y papeles con la palabra GEHEIM escrita en una preciosa tipografía gótica. Como es normal, la embajada inglesa empezó a interesarse en esos “turistas” alemanes y empezó a enviar a sus propios “turistas” ingleses para que “hablaran” con esos “turistas” alemanes.

Una España en ruinas y hambrienta era el patio de recreo de espías internacionales. Como si de una moda se tratase, todas las potencias occidentales que combatían en la Segunda Guerra Mundial enviaban a sus hombres a la Península Ibérica. Los alemanes e italianos, para confabular en las sombras bajo la protección de un país neutral. A los ingleses, como buenos caballeros, les picaba la curiosidad, pero no se atrevían a preguntar directamente. La Resistencia francesa simplemente era por hacer estar entretenidos.

Muchos de esos países acabaron comprendiendo que, para no despertar sospechas, lo mejor era enviar a gente con un apellido que no fuera Schwarzschild o Luttenberger. También había que tener cuidado con eso de gritar “HEIL HITLER” al terminar la reunión secreta, porque eso hacía sospechar un poco.

En esa novedosa generación de espías ibéricos, siempre al servicio del cotilleo internacional, se les unió un catalán llamado Joan Pujol, personaje que tiene el honor de haber espiado para los Aliados y el Eje. Al mismo tiempo. Cobrando con éxito facturas a ambos bandos de la Segunda Guerra Mundial. Y caeré en el chiste fácil de hacer bromas sobre los catalanes y su amor por el dinero.

Joan Puyol era una especie de Paquirrín con barba, pero en inteligente.

Por muy raro que parezca, Joan Pujol fue condecorado con la Orden del Imperio británico y con la Cruz de Hierro, porque hizo méritos en ambos bandos para ganarlas. Pese a ser un español sencillo que no sabía idiomas, se sobraba picardía y poca vergüenza. Primero probó suerte con los servicios secretos ingleses, que lo rechazaron, luego intentó que los alemanes lo reclutaran como espía.

En 1940 comenzaba su andadura en la Abwehr, los servicios de inteligencia alemanes. Pero Joan Pujol, lejos de trabajar para los nazis, empezó a hacer algo diferente: engañar y estafar como si no hubiera un mañana.  Desde Lisboa, logró convencer a los alemanes de que estaba residiendo en Inglaterra. Con una guía de viajes comprobaba los precios de las necesidades básicas y les enviaba facturas en consonancia. Tejió una red de una veintena de espías subordinados a los que había que pagar, y todos eran él. Se inventaba movimientos de buques mercantes en base a la información que había en la biblioteca de Lisboa y gracias a noticieros propagandísticos ingleses.

La dificultad de todo esto residía en redactar los informes para que fuera creíbles y que no se contradijeran entre ellos. Tenía que hacer virguerías para mantener su tapadera cuando “sorprendentemente” no informaba de algún movimiento de los Aliados que finalmente llegaba a los oídos de Alemania. Básicamente daba a los alemanes información real, conseguida de fuentes primarias, pero con retraso.

Joan Puyol de joven. Nótese la incipiente trollface

Una anécdota cuenta que, para convencer a los alemanes, contó que su agente en Liverpool había caído gravemente enfermo y que no podía haberle pasado información importantísima. Ese agente terminó “muriendo” y se llegó a publicar una esquela en el periódico de Liverpool. Los alemanes, metódicos ellos, incluso pagaron una pensión de viudedad a la mujer de tan valiente agente que había dado su vida por el Reich. Sólo que ese informador, probablemente era Joan Pujol con un cómico bigote postizo.

Cuando ya tenía su red de estafa piramidal a lo alemanes, los ingleses se lo pensaron dos veces y le permitieron ser un agente doble allá por el año 42. Joan Pujol pasó a ser, para los servicios secretos ingleses “Garbo”. De hecho, Garbo fue indispensable para el Desembarco de Normandía saliera con éxito.

Garbo filtró información falsa al ejército alemán con la idea de que los nazis creyeran que el desembarco iba a producirse en Calais. Se creó un ejército, tan existente como la red de espías de Joan Puyol, que estaba deseoso de desembarcar en Francia a las órdenes de Patton: la labor de Garbo era hacer que los alemanes picaran el anzuelo. Y vaya si mordieron el anzuelo. Con postre, pan y vino de la casa incluidos en el precio. Pero los alemanes seguían pensando que era uno de sus mejores espías al servicio del Reich.


Gracias a la labor de muchos agentes dobles, como Joan Puyol (curtido en los tejemanejes e intrigas de una España que había salido de una guerra civil) el Desembarco de Normandía pudo pillar desprevenidos a los ejércitos nazis.

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