Aún sigo con tos. Supongo que eso significa que soy una persona
tan agradable, que hasta a las enfermedades les cuesta olvidarme. Así de dura
es mi vida.
Pero no les culpo, a mí también me cuesta olvidarme de
algunas cosas… como los años 20. Justo es lo que he tenido que enseñar a una
pandilla de adolescentes de 4º de la ESO esta semana. Es un gozo poder enseñar
lo que te gusta, pero también una maldición porque no puedes profundizar todo
lo que te gustaría en el tema. Tienes 50 minutos de clase y un puñado de mentes
saturadas de hormonas, no vas a hablarles de la decadencia de la vía
democrática en los países que habían
experimentado la Primera Guerra Mundial.
O si, dependiendo de lo que odies a tus alumnos.
Ah, los tuentis... (aviso, hace falta un conocimiento mínimo de inglés para pillar este juego de palabras)
Estados Unidos fue el gran beneficiado de la Primera Guerra
Mundial. Entró a patear culos en 1917 y, dado que la guerra acabó prácticamente
un año más tarde, no le dio tiempo de que muchos soldados americanos murieran
en las trincheras. Además, el continente americano estaba, si mis lecciones de
geografía no me fallan, bastante alejado de la devastación de las trincheras.
Estados Unidos, hasta 1917, se había dedicado a mantenerse
en un segundo plano vendiendo suministros a los países que si estaban luchando
en la Gran Guerra. Y, bueno, sacando un beneficio económico gracias a vender
alimentos a países que tenían a su población productiva desangrándose entre el
barro del Somme. España también estaba en el ajo, pero con una economía mucho
más tradicional y un tamaño inmensamente más pequeño, no podía competir con la
producción cerealera de, por ejemplo, Alabama.
Al finalizar la guerra, Estados Unidos se había convertido
en la primera potencia económica mundial, acumulando la mitad de las reservas mundiales de oro, y
desbancando a la tradicional potencia de la Vieja Europa que ostentaba ese
título: el Reino Unido. No contento con eso, los yanquis también empezaron a
dar créditos a los países arruinados por la guerra como quien da propina los
domingos. ¿Qué tienes la mitad de tu industria arruinada y no eres capaz de
satisfacer la demanda de productos de consumo? Toma unos dólares. No se lo
digas a tu madre.
Peinados con más gomina que pelo, calcetines por fuera de los pantalones, a Di Caprio haciendo de extravagante millonario... los años 20 lo tienen TODO
Mientras tanto, los países europeos tenían que devaluar su
moneda para hacer sus economías competitivas, arruinando a los ahorradores.
Contrastando a la expansión económica americana, Europa tuvo que lidiar con una
economía en retroceso, un sector industrial enfocado a la guerra y un sector agrícola
insuficiente como para alimentar un país.
Viendo lo deprimente que significaba ser europeo y lo guay
que eran los estadounidenses en ese momento, es comprensible que todo el mundo
quisiera contagiarse del “american way of life”. Mientras en Europa se
producían golpes de estado y revoluciones, en Estados Unidos se ataban los perros con longanizas.
Miles de inmigrantes intentaron probar suerte en el país de
las oportunidades y ver si lo del sueño americano era verdad. La gente que se
quedaba en sus países originales (especialmente las capas más adineradas, que
no tenían que preocuparse por eso de emigrar) empezó a imitar las nuevas modas
americanas. Eso significaba que dejaron de escuchar música clásica en
gramófono, sentados en butacones en sus cavernosas mansiones, para visitar
salones de baile a ritmo de jazz y swing. También se aficionaban al golf y los
coches norteamericanos de la marca Ford. Y, bueno, los más atrevidos podían
ponerse hasta las trancas de ese polvo mágico conocido como “cocaína”.
Venga, un poco de frivolidad y desnudos femeninos ¡si tiene un filtro en blanco y negro es arte, no pornografía!
Había que celebrar que se había sobrevivido a una guerra que
se había llevado por delante a media Europa. Tú no estabas pudriéndote en una
tumba poco profunda en Chemin des Dames, por lo que tu cuerpo pedía fiesta.
Gritaba pidiendo fiesta.
Y novedosos productos, como lavadoras y neveras.
La euforia económica, a parte de la afición por invertir en
la Bolsa que todos conocemos, también se tradujo en un consumismo desaforado. En
Estados Unidos todo el mundo trabajaba, por lo que todo el mundo tenía dinero
con el que satisfacer sus ansias materialistas. Lujos que hasta entonces solo
habían sido alcanzados por una pequeña parte de la población pudieron ser accesibles
alcanzados para el grueso de los ciudadanos.
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