Hace unas semanas os hablaba de uno de los episodios más
idealizados del fascismo, el Putsch de Múnich. Si un grupo de alemanes borrachos
dando golpes de estado no te hace gracia, espera a ver a italianos exaltados dando
golpes de estado. Inexplicablemente, los italianos tuvieron más éxito que los
alemanes en eso de alcanzar el poder, a pesar de ser conocidos mundialmente por
su informalidad en cuanto a proyectos se refiere.
La Primera Guerra había terminado en Europa. Alemania estaba
siendo castigada en “el rincón de pensar en lo que has hecho”. Austria-Hungría
había sido desmembrada en un excepcional caso de sadismo geopolítico. Francia
se estaba curando las heridas mientras miraba con odio a Alemania. Gran Bretaña
estaba a lo suyo tomando el té de las 5 y fingiendo que no había pasado nada.
Pero ¿e Italia? Suficiente había tenido con aguantarle las
tortas a Austria-Hungría en la zona del Véneto. Sería muy fácil decir que Italia
había entrado tarde y mal en la Primera Guerra Mundial, pero es que Italia
había entrado tarde y mal en la Primera Guerra Mundial: había aguantado el tipo
y entretenido al amigo débil de Alemania, y poco más. Y por eso quería que se
le recompensara con el Trentino, Triestre, Istria, Dalmacia y Fiume.
Ejemplo de arditi italiano con casco Adrian y visor Dunand. Chúpate esa, retrofuturismo.
Después de la Guerra Mundial, la conversación entre Italia y
la Sociedad de Naciones debió ser así:
Italia: Oye, que queremos todos estos territorios, que los hemos visto
desde el otro lado del Adriático y nos han gustado.
Sociedad de Naciones: JAJAJAJAJAJAJA, anda que los italianos tenéis
unas ocurrencias…
Italia: Que lo decimos en serio ¿eh? que estamos en el bando ganador,
el de Francia y Gran Bretaña y algo nos tocará ¿no?
Sociedad de Naciones: Venga, os damos… Trentino, Triestre e Istria.
Total, Austria-Hungría no va a venir
a quejarse porque ya no existe.
La Italia victoriosa parece que tiene una sospechosa proporción de pintalabios rojo y de pómulos afrutados.
De esta forma se creaba un sentimiento de que habían
engañado a los italianos para que lucharan contra los Imperios centrales, es el
llamado “irredentismo”. Es idea era básicamente que franceses e ingleses tentaron
al pueblo italiano con jugosos beneficios territoriales y luego, cuando Italia
ya les había hecho el trabajo sucio, no cumplieron su palabra.
Esta idea alimentó a los excombatientes, quienes
consideraron que no habían tenido el reconocimiento suficiente por sus sacrificios
y la valentía demostrados en combate. Habían combatido y muerto por una promesa
que luego no se había cumplido. Y, bueno, estos excombatientes no eran
precisamente hippies amantes del diálogo para resolver los problemas.
Dicho esto, Mussolini consiguió en 1919 agrupar a un puñado
de veteranos y nacionalistas y fundar el primer fascio de combate. El fascismo
inicial prometía el fin de la sociedad decadente y la construcción de una nueva
sociedad basada en la juventud y la masculinidad surgida de las trincheras, que
idolatraba la violencia y tenía el amor por la patria como pegamento que lo
mantenía todo unido. Esos fascios de combate serían lo que en 1921 constituiría
el Partido Nacional Fascista italiano.
De 1921 a 1925 fue la época dorada para el amante de las
palizas, la violencia callejera y los homicidios sospechosos, todo ello
mezclado con una arriesgada apuesta por la ropa de color negro. Sin embargo,
frente al poder callejero que podía tener el Partido Nacional Fascista, en las
elecciones de 1922 apenas logró 22 diputados de un Parlamento de 500.
Cualquiera que sepa de números comprenderá que con 22 diputados no se puede
conseguir formar gobierno.
Signore Mussolini, ¿seguro que es buena idea lo de contener la respiración hasta que le nombren primer ministro?
Mussolini, cabreado,
ideó un plan para ser jefe de gobierno basado en la amenaza directa. Había
funcionado en las calles: llegabas a un sitio, flexionabas tus músculos y
gruñías un poco (eventualmente dabas una paliza o dos para impresionar) y
disfrutabas de la colaboración de la gente que no deseaba que les dieras
palizas. Sencillo y eficaz.
La Marcha sobre Roma duró del 27 al 29 de octubre de 1922.
El Partido Nacional Fascista había
sofocado una serie de revueltas obreras de corte revolucionario en el norte de
Italia, haciendo que muchos conservadores vieran a ese pequeño partido con
buenos ojos. Mussolini, consciente de la oportunidad, llamó a todos los
fascistas a marchar sobre la capital italiana.
Masas de fascistas se dirigieron a Roma para cumplir la
voluntad de su líder. En coche, tren o a pie, cualquier medio de transporte
valía para llegar y armar un poco de gresca. En materia de armamento, lo mismo:
pistolas, escopetas, armas de fabricación casera, tablas con clavos… cualquier
cosa para resultar algo más amenazador. Ya en la capital, tenían que hacer
presión, provocar descontento y meter follón para hacerse notar.
Víctor Manuel III, nótese su porte y su pose regia
Llegados a este punto sólo podían ocurrir dos cosas: que Víctor
Manuel III sacara al ejército y reprimiera a los fascistas o que se bajara los
pantalones. Y vaya si se los bajó. Se los bajó tan fuerte y a tanta velocidad
que hizo un agujero en el suelo.
Las malas lenguas dirán que fue porque Víctor Manuel tenía
unas demostradas tendencias autoritarias y que veía con buenos ojos el proyecto
de Mussolini, como se demostró posteriormente. Pero, por supuesto, cuando los
aliados liberarán a Italia de la influencia del Eje, se justificaría diciendo
que fue porque quería evitar una guerra civil.
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