domingo, 27 de septiembre de 2015

La Guerra de las Rosas: una primavera de hostias



La Guerra de la Rosas es un bonito nombre que se le dio en el Romanticismo a una lucha de pandilleros británicos por el trono que monopolizaba la dinastía Plantagenet. Las políticas matrimoniales de finales de la Edad Media eran muy complejas y, para ahorrar tiempo, diremos que la endogamia que llevaba gestándose siglos había conseguido que dos familias diferentes tuvieran reclamaciones sobre el trono de Inglaterra.

A su vez, el rey que ostentaba el trono por aquel entonces, Enrique VI, era una especie de Carlos II pero algo más espabilado. Pese a todo, era un rey muy impopular que se había rodeado de gente aún más impopular que él. Si sumamos un rey débil, unos consejeros impopulares y una familia de advenedizos que quieren  conseguir el trono, nos encontramos con una mezcla explosiva.

Las diferentes familias de nobles se posicionaron con uno o con otro bando en función de con quien estaban casadas sus hijas y/o parientes cercanos. Al principio las acciones hostiles eran las propias de inocentes pandilleros cabreados: que yo te incendio una aldea tuya, que tú me emboscas a mi caballero antes del torneo, que yo destruyo un silo de grano antes del invierno… cosas que hacen estos educados ingleses, vamos.

XVIIª convención de Amigos de la Floricultura, listos para charlar amigablemente sobre rosas.

Finalmente la cosa se puso seria allá por 1455, supongo que porque lo de ir chafando las cabezas de gente una a una era demasiado sutil y ni los York ni los Lancaster estaban captando los toques de atención que les enviaba la otra familia. Así que el 22 de mayo las fuerzas de York se lanzaron al combate contra los de Lancaster en el pueblecito de Saint Albans, ganando la batalla. La familia York llegó al poder y soltó un “¡já!” triunfal porque habían cumplido sus objetivos.

Pero Enrique VI era la obra cumbre de la endogamia inglesa y no era demasiado querido por la gente y siguió existiendo un clima de caos y descontrol. Para que os hagáis una idea: ¿Os acordáis de cuando un profesor sustituto echa una bronca en medio de clase? Si, durante un momento todo el mundo se comporta y parece que ha triunfado, pero en cuanto los alumnos recuerdan que es un profesor sustituto (y por tanto una persona sin autoridad ninguna) vuelve a liarse. Enrique VI era el profesor sustituto e Inglaterra era una clase llena de repetidores conflictivos.

Parecía que para 1460 se había acabado la Guerra, pero no era más que fachada: las hostias seguían por debajo. Los Lancaster huyeron de Londres debido a su baja popularidad, cosa que aprovecharon los York para entrar en la capital como libertadores. Hecho esto, los York persiguieron hacia el norte a los Lancaster y cuando se encontraron se formó la mayor masacre hasta la fecha en la historia de Inglaterra.

El típico guardia Lannister... ¡LANCASTER! quiero decir Lancaster

En la batalla de Towton se pegaron los dos bandos con la mano abierta, con fuerza, para que picara. Se llegó al acuerdo de que el resultado de la batalla sería el resultado final de la guerra. Todos los que habían muerto hasta entonces no contaban. Ganó la casa de York y tras la batalla muchos de los nobles que habían apoyado a la casa Lancaster cambiaron de chaqueta. La rosa roja de los Lancaster de repente se quedó pasada de moda y las rosas blancas eran las que causaban tendencia.

Una vez en el poder, Eduardo IV (de los York de toda la vida), se peleó con el Conde de Warwick, que era el que le había servido de consejero y persona de confianza. Los Lancaster, a pesar de estar derrotados, seguían incordiando por el norte así que las incursiones, las escaramuzas, los impuestos altos y, en líneas generales, la sangre, seguían siendo muy comunes.

Mientras la casa de York dirimía sus diferencias por medio de una espada recorriendo la zona abdominal, los Lancaster se reagrupaban en Escocia. Aprovechando que estaban ocupados, los Lancaster se hicieron fuertes y retomaron el trono para Enrique VI (Lancaster) y desterraron a Eduardo IV. ¿Final feliz? Ni de coña.

La Guerra de las Rosas, versión reducida en una imagen.

Los York, por su parte, llamaron a sus aliados en el continente para que les ayudaran a retomar el trono. La jugada les salió bien: nada mas desembarcar, mataron al hijo de Enrique VI en batalla. Tomaron Londres otra vez y aprendieron de sus errores: nada de desterrar, aquí se ejecuta. Quitado de en medio Enrique VI, Eduardo IV pudo consolidar su poder. Era 1471.

¿Fin? Ahora si que sí, ¿verdad? Pues… no tanto. Resulta que Eduardo duró poco más de una década en el trono y después de eso, otra vez desórdenes por la sucesión del trono. De esos desórdenes se alzó Ricardo III como rey de Inglaterra, famoso por ser encontrado enterrado mientras excavaban un parking en Leicester.


¿Qué supuso la Guerra de la Rosas? Pues en primer lugar, un conflicto en el que hubo hostias como panes y pilló hasta el apuntador. En segundo lugar supuso la extinción de la dinastía Plantagenet (una muy antigua de Inglaterra, para que nos entendamos), la pérdida de importancia de la nobleza (que no pudo recuperarse del todo después de tantos palos) y el ascenso de la oligarquía capitalista (que aprovecharon la decadencia de los nobles.

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