Cierto compañero y amigo me ha hecho saber, entre risas, que
tengo un “ramalazo absolutista” importante. Os lo explicare con un símil: ¿Sabéis
cuando una avispa va a beber de la orilla de una piscina y acaba cayéndose dentro
y luchando sin éxito por salir? ¿Sabéis esa secreta satisfacción que produce verla
ahogarse mientras piensas “tú eres la que me picaste el otro día cuando paseaba”?
¿Sabéis el patetismo de un animal que es 50% rencor y 50% mala hostia envuelto
en color negro y amarillo, que en el aire te haría correr de un sitio a otro y
que en el agua es incapaz de nadar?
Pues ese mismo patetismo enternecedor es el que tengo yo,
que se cómo van a acabar todos esos intentos de reinstaurar el Antiguo Régimen.
De la misma forma que la avispa intenta e intenta levantar el vuelo pero no
logra salir del agua y acabará ahogada, los absolutistas intentarán reinstaurar
sus propias visiones de la política sin saber que están abocados al fracaso. Ah,
humor de historiador.
Y ahora, a lo que íbamos. Hablar de oposición al liberalismo
es hablar de carlismo. Sí, hay otros movimientos que se oponen a las reformas
que proponen esos primeros liberales, pero los que más mal dieron y más se
destacaron en eso de matar liberales fueron los carlistas.
Y eso que Fernando VII puso el listón bastante alto en lo
que a materia de maltratar liberales se refiere. Como ya he repetido mil veces,
dejó la obra legislativa de las Cortes de Cádiz reducida a pedazos y empezó a
perseguir a liberales y afrancesados con una virulencia que asqueó a las demás
monarquías absolutas europeas. Digamos que la frase “tranquilo, no es nada
personal” no la inventó Fernando VII.
Antiliberalismo (de la mano del carlismo), extendido por España con el mismo tono que una irritación de piel.
Para reprimir a esos reformadores la monarquía utilizó a los
sectores más intransigentes y reaccionarios de la sociedad. Si los afrancesados
y liberales se distinguían por ser unos intelectuales y unos urbanitas
elitistas, las filas del absolutismo estaban nutridas de gente (no voy a decir “garrulos”)
de cultura limitada y discursos
populistas.
El Trienio Liberal fue la prueba palpable de que Fernando
VII estaba cabreando a los liberales con sus medidas represivas. La cosa era
que el monarca estaba siendo tan reaccionario e intransigente que Rafael de
Riego se levantó contra el absolutismo y durante tres años España fue liberal y
constitucional, volviendo a reinstaurarse la Constitución de Cádiz.
Obviamente, Fernando VII seguí al frente de la nación con una falsa
sonrisa de nerviosismo mientras pensaba
en cómo hacer para terminar con todos esos “revolucionarios” antes de
que le cortaran la cabeza o algo peor, aunque nadie pretendiera hacerlo. Fueron
los 100000 Hijos de San Luis los que le devolvieron los poderes absolutos y no
tardó en desquitarse con aquellos que consideraba que le habían humillado. Además,
Fernando VII sustituyó a la Milicia Nacional (de un carácter demasiado avanzado
para él) por los Voluntarios Realistas, unos tipos peculiares que se dedicaron
a dar caza al liberalismo en tierras españolas.
Pero a lo que íbamos, carlismo.
Carlos María Isidro, Carlos V, no parecía precisamente amigable en las monedas.
El carlismo nace de un problema: Fernando VII no había
concebido hijo varón y la sucesión recaía en su hija Isabel. En 1830 se
proclamaba la Pragmática Sanción, ley por la que se suprimía la Ley Sálica (que
hacía que solo los varones pudieran acceder al trono) y permití a la pequeña
Isabel acceder al trono. Todo muy mono
menos para Carlos María Isidro, hermano del monarca y quien ya se estaba
midiendo la cabeza para cuando le pusieran la corona.
Es de comprender que a Carlos no le sentó nada bien que le dijeran
que “no era lo que buscaban” en el casting a rey y se lo dieran a una
niña. “Carlos María Isidro Benito de
Borbón y Borbón-Parma, encantado, fui superado por una niña recién nacida en la
línea sucesoria” no es un saludo muy digno ni ahora ni en el siglo XIX.
Y estallaba la primera de las Guerras Carlistas, que duraría
de 1833 a 1840. Básicamente era negar la soberanía nacional y defender el
sistema foral frente a la centralización liberal, pero con las armas. Pero la
cosa no fue así de simple, hubo hasta 4 “Guerras Carlistas”, 3 buenas y una un
tanto patética en la que se enfrentaron las tropas isabelinas con las
carlistas. Aunque hay que decirlo claro, la alianza Isabel II-liberales era un poco
accidental, fruto de que el ala conservadora ya estaba ocupada por un líder con
patillas más grandes.
Tengo la teoría de que en el siglo XIX el status se medía
por el tamaño de las patillas, proceso similar que las cornamentas de los
ciervos. En la foto, Zumalacárregui, destacado militar carlista como puede deducirse por su bigote-patilla.
El carlismo se hizo fuerte en las zonas rurales y el liberalismo
en las ciudades. La clásica pelea “los de ciudad vs. los de pueblo” de toda la
vida. Además los carlistas contaron con la simpatía de muchos nobles, la
jerarquía eclesiástica y del bajo clero, haciéndose fuerte en el País Vasco, Navarra,
Cataluña y Aragón, territorios con tradición foral que reclamar. Y sin embargo,
no ganaron y el liberalismo continuó su imparable trayectoria decimonónica.
Los carlistas de ahora me inspiran ternura, como un padre
que oye a su hijo decir que de mayor quiere ser astronauta y le sonríe aunque sabe
que será imposible. Carlistas, aunque ganarais las elecciones no podéis poner
al mando del país al zombie de Carlos María Isidro, así que volved a la cama.
Especial gracia me hace que la hija de Fernando VII, después
de todas las molestia que se tomó por eliminar de raíz el liberalismo, saliera
tan liberal (en todos los sentidos).
Y como bonus, un vídeo que caricaturiza la mentalidad del afrancesado y del reaccionario:
Tras tus dos últimas entradas bien sabes que una Compañía de la Milicia Nacional de Zaragoza se dirige hacia tu casa acompañada de una multitud para sacarte a empentones al Coso, arrastrarte hasta la Plaza la Constitución y fusilarte ahí mismo ¿verdad? XD
ResponderEliminarMoriré como un mártir, entonces. Todo sea por defender al monarca con la mayor genitalia documentada de la Nación Española.
ResponderEliminarLo divertido será cuando toque la Dictadura de Primo de Rivera, que ahí ya sacaré el carnet de somatenista destacado.