domingo, 24 de noviembre de 2013

El lunes de las Navas


Esta semana pongo fin a la trilogía de batallas que configuraron la Europa occidental: las Navas (1212), Muret (1213) y Bouvines (1214).

Corría el año 1212, un número bonito con una atractiva simetría, concretamente un lunes 16 de julio. Como todos los lunes, a nadie le apetecía madrugar para ir a sus respectivos puestos de trabajo (si la tarea de un siervo feudal puede considerarse “puesto de trabajo”). El tráfico era especialmente denso en los alrededores de la villa jienense de Santa Elena, cerca al paso de Despeñaperros, lo que suponía serias dificultades para pasar de la meseta Castellana a las dehesas andaluzas.

¿Se había puesto de moda el vacacioneo de sol y terracita? No. Bueno, si, porque puede que para los europeos que habían acudido desde todas partes de Europa a la llamada de cruzada de Inocencio III sí que les sedujera más la idea de venir por la Península que cruzar el Mediterráneo a Tierra Santa.

Y todo esto para que construyan esta aberración arquitectónica de museo conmemorativo.

Bueno, el caso es que ese lunes se iba a liar una especialmente buena porque dos contingentes (el homogéneo cruzado y el numéricamente superior almohade) se encontraban cara a cara y con ganas de gresca. Por un lado estaban los reinos cristianos peninsulares, unidos momentáneamente bajo el pretexto de la cruzada, aderezados con voluntarios europeos y diversas órdenes militares; por otro lado los almohades con un ejército reclutado en el norte de África, caballería pesada veterana y contaban con el apoyo de milicias andalusíes.

Ninguno de los dos contingentes estaba sobrado de moral. Por ello, cuando las primeras líneas de ambos ejércitos chocaron, los peones de primera línea empezaron a flaquear en sus esfuerzos. Los tres grandes reyes cristianos realizaron una épica carga de caballería: Alfonso VIII de Castilla, Sancho VII de Navarra y Pedro II de Aragón se lanzaron al trote con sus soldados más pesados contra el corazón de las tropas almohades. Una señora carga que dejaba a la famosa carga de los rohirrim en el Abismo de Helm a la altura de una pelea de párvulos mancos en el patio de un colegio.

Representación contemporánea de la carga. Quítate toda esa simbología presentista y tienes el núcleo épico.

Después de esa carga no había almohade que no corriera a todo correr hacia Jaén, incluido el califa Muhammad Al-Nasir. La Guardia Negra, de fanáticos esclavos que se encadenaban al suelo para ser incapaces de abandonar su puesto, rompió su grandilocuente juramento y corrió detrás de su califa como alma que lleva el diablo.

Sancho VII, rey de Navarra, tuvo el honor de incorporar la imagen de esas cadenas al escudo navarro (o eso dice la leyenda). Alfonso VIII consiguió numerosas tierras para repartir entre sus caballeros y órdenes militares (Calatrava, Santiago, Temple…) además de vengar la derrota que había sufrido al manos de los almohades en Alarcos. Pedro II se ganó la simpatía del Papa Inocencio III, que le concedió el titulo honorifico de “el Católico”, lo cual no deja de ser trágico visto el destino que sufrirá un año después en Muret. Todas las fuerzas cristianas se pusieron las botas con el saqueo posterior del campamento que los almohades habían abandonado a toda prisa, destacando el pendón del sultán y un ejemplar del Corán de herencia familiar.


La batalla de las Navas supuso el fin de la hegemonía musulmana en la Península Ibérica. Los almohades entrarían en decadencia a partir de entonces. Espoleados por el triunfo, los cristianos, comenzarían el último esfuerzo que supondría el esplendor de la Reconquista de los siglos XIII y XIV.

Pendón real de Al-Nasir. Yo tengo una alfombra parecida en el pasillo.


Las tres batallas que configuraron Europa:



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