Hace un tiempo ya os hable de uno de los días más importantes para la Europa Mediaval: el Domingo de Bouvines. Como dije en su momento, hay una tríada de batallas que configurarán la Edad Media, Bouvines, Muret y las Navas de Tolosa. Y hoy toca hablar de la segunda.
No es por nada especial, es que el día 12 de septiembre
(hace nada) se cumplieron 800 añazos (casi nada) de aquel jueves 12 de
septiembre de 1213 en el que la Corona de Aragón perdió su poder en el Rosellón
y Francia fortaleció sus territorios. Me resulta especialmente divertido que
ambos días, el pasado y el actual, hayan caído en jueves.
Y ahora, el meollo de la cuestión y lo que nos interesa a
todos, la batalla en sí. ¿Qué ocurrió para que Pedro II de Aragón, conocido
como Pedro el Católico, defendiera a unos herejes y fuera el destino de una
cruzada? El problema es el mismo que Bouvines: los lazos feudovasallaticos.
Inocencio III, instigado por Simón de Monfort y otros caballeros
de “pureza religiosa intachable”, declaró una cruzada contra los herejes
cátaros de la occitania (la parte francesa de los Pirineos, para que nos
entendamos). Precisamente el condado de Tolosa era vasallo feudal del Rey de
Aragón por lo que le pidió ayuda defensiva contra el ejercito de cruzados que
empezaba a inundar sus villas y masacrar a todo aquel que no fuera un ferviente
devoto. Era una cruzada y los cruzados no es que se distinguieran por su
diálogo y tolerancia.
El 10 de septiembre, Pedro II se encontraba ya frente al pequeño castillo de Muret con su ejército. Detrás de las murallas el grueso de la cruzada, lo que significaba que una victoria pararía en seco la invasión. Haciendo caso omiso a los consejos de sus vasallos, Pedro II quiso una batalla campal en la que Dios elegiría a su preferido… y bueno, ya os adelanto que Dios no tiene mucha simpatía con los herejes ¡spoiler!
Los cruzados salieron de la fortaleza porque no podían soportar un asedio prolongado. Una poderosa carga de caballeros como la de las películas destrozó la vanguardia hispano-occitana formada por milicias. Huyendo la primera línea de defensa, quedó vulnerable un pequeño núcleo de caballeros hispanos entre los que se encontraba el propio Pedro II, cosa que los cruzados aprovecharon sin dudar para cargar brutalmente y aniquilar a aquellos.
Los soldados van a coger cátaros y todos esos herejes en pelotas lo que van a coger es un catarro. Perdón por el chiste, ha sido horriblemente malo pero necesario.
¿Qué hacía el Rey en primera fila del combate y no
dirigiendo en la retaguardia? La leyenda negra que pesa sobre Pedro II habla de
que le gustaba demasiado el vino y podría tener algo que ver con semejante
bravuconada. Las crónicas de la época, mucho más delicadas, cuentan que Pedro
se cambió la armadura por la de un caballero anónimo y cuando vio que los
cruzados mataban sin compasión al caballero que llevaba su armadura se quitó el
casco y exclamó “aquí está el Rey”. Si, muy valeroso pero es para matarle… que
es justo lo que pasó a continuación. Otras crónicas cuentan que recibió una
lanzada en el pecho en el choque de cargas inicial, pero que continuó
valerosamente luchando mientras todo a su alrededor iba desvaneciéndose.
Sea como fuera, el rey y cabeza de la pirámide medieval
había muerto. Miguel de Luesia, portador del estandarte real, ondeaba la tela
herido de muerte encima de un montón de cruzados muertos. Las mesnadas que
habían vencido un año antes a los infieles en las Navas se disolvían y ponían
pies en polvorosa.
El impulso de los cruzados, a cuya caballería se le había
unido ya su infantería, fue arrollador.
Las mesnadas occitanas y catalanas cedieron y empezaron su huida pese a ser 30
veces más numerosos que los hombres de Simón de Monfort. Conforme eran
alcanzados, los herejes eran acuchillados sin remordimientos: los cruzados
habían demostrado su fe y Dios les había recompensado con un milagro.
Pedro II con un bigote que ya quisiera el mismísimo Freddie Mercury
La consecuencia fue terrible: la Corona de Aragón perdió sus territorios franceses y comenzó un exterminio de la herejía cátara que diezmaría a la población. Además, y como curiosidad, Pedro II sería excomulgado post-morten por ofender al Papa.
Uno de los aspectos más interesantes es la dualidad de las crónicas sobre Pedro II. Los textos templarios lo ponen como un alcohólico mujeriego (mientras que Simón de Monfort había estado rezando en la capilla de Muret, Pedro II había pasado la noche en vela atendiendo a señoritas de mala fama). Los textos aragoneses a su vez culpan a las milicias catalanas y occitanas por salir pitando a la menor de cambio y ensalzan la figura de Pedro II, que murió en un desigual combate como un honorable caballero junto con la flor y nata de la aristocracia militar aragonesa. Sea como fuere, acabaron todos muertos, incluido el bueno de Simón, al que reventaron la cabeza de una pedrada de mangonel en el sitio de Tolosa de 1218.
Simón de Monfort durante el sitio de Tolosa. El asedio de la ciudad fue un total quebradero de cabeza.
Las tres batallas que configuraron Europa:
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