Una de las cosas que más me gusta de estudiar Historia es la
arqueología. No es por el romanticismo decimonónico que parece que rodea a la
profesión, tampoco es por la sed de aventuras que parece que persiguen al
arqueólogo en las películas. Es por mera curiosidad.
Si, es curiosidad de saber que hay debajo de la capa de
tierra que todos pisamos. Curiosidad por saber cómo fue el día a día de gente
que no voy a conocer nunca. No nos engañemos, el arqueólogo no desentierra
grandes tesoros ni civilizaciones perdidas. Dejamos el Santo Grial y la
Atlántida para Hollywood porque no somos egoístas.
Díganos, señor Jones, ¿cuanto tiempo de su carrera lo ha empleado en catalogar materiales o en elaborar matrices Harris? ¿Nada? lo que me temía
Una vez, en mi primer contacto con una excavación científica
y de verdad, me dijeron que la arqueología es el trabajo más ingrato que puede
hacer un historiador: no haces más que picar y palear para sacar tierra y
cuatro trozos de cerámica rotos. Los buenos yacimientos ya están cogidos por
los mandamases y prohombres, los estudiantes nos tenemos que conformar con los
restos de segunda.
En parte no le faltaba razón a aquella persona. Sin embargo,
he aprendido a valorar hasta el más minúsculo trozo de cerámica, desarrollando
una especie de supervisión que distingue los trozos golosos de la tierra
normal. Mi experiencia como arqueólogo se parece sospechosamente a la de un
albañil con un elevado nivel de cultura y una especial obsesión por el barro
cocido. Y a pesar de todo no estoy decepcionado.
Ser playmobil y arqueólogo es horrible, estas siempre condenado a sonreír a pesar de tener la manos en carne viva. Por no hablar de los problemas para sujetar las herramientas.
Excavar en un yacimiento es un placer para mí, y si encima
se puede hacer con amigos es un placer doble. Por eso siempre intento ir a excavar
a los mismos sitios, para conocer tanto a la excavación como a los excavadores.
Eso es porque me asombro cada vez que descubro algo picando,
como si hubiera sacudido una terrosa piñata y me hubiera caído algún detalle.
Pese a las ampollas y heridas que me aparecen en las manos (odio trabajar con
guantes), pese a los muchos picotazos de bichos que me honran cuando aún está
amaneciendo y nosotros picando ya, pese a las ingratas temperaturas del mediodía
ibérico en pleno agosto, pese a todos esos inconvenientes que a muchos de mis
compañeros de carrera les hacen dar un paso atrás, pese a todo eso, yo cada año
cruzo los dedos para poderme pegar un verano ocupado en alguna excavación.
Test de agudeza para mis queridos lectores
Y es que en mi primera clase teórica de arqueología ya
quedaron bien claros los tres principios básicos de arqueología:
1) Una
piedra es siempre una piedra
2) Dos
piedras juntas es una casualidad
3) Tres piedras juntas es un muro
No necesito poner texto aquí
No hay comentarios:
Publicar un comentario