Es
puente y la concepción del tiempo y el espacio se me distorsiona de tal modo
que no se en que día vivo ni, cuando me levanto de la cama a las mil, donde me
encuentro. Aprovecho estos días para disfrutar de una dosis de libertad
vigilada y no demasiado ostentosa antes de entrar en la espiral de decadencia
social que son los exámenes.
¿De qué puedo hablar esta vez? ¿Qué tema voy a sacar esta
semana? Pues bien, caballeros (y damas), hoy toca hablar de profesores. Si,
profesores. Esas personas que en un mundo ideal y justo serían los garantes del
progreso intelectual. Que cojones, en un mundo ideal los profesores de
universidad deberían ser venerados por el resto de personas “no-tan-cualificadas”
como dioses en carne mortal.
Miren que artificial y falso es todo, miren
En vez de eso tenemos a gente que no merece sentarse donde
se sienta y, ni mucho menos, dedicarse a la enseñanza. No sólo me estoy refiriendo
a los pedagogos de sofá que hacen y deshacen planes de estudio como quien
arruga un folio sucio y empieza a escribir sobre otro nuevo de color blanco
inmaculado.
Pero no seamos negativos, hay profesores que se merecen su
puesto. Profesores que enseñar (y aprender) es una motivación más que una
obligación. Profesores que, en definitiva,
saben tratar y transmitir el conocimiento a sus alumnos.
Aunque a veces saber de lo que estás hablando es deseable pero opcional y lo que cuenta es el cargo
Porque en el otro lado tenemos al estereotipo (si, voy a
hablar de estereotipos y quien se dé por aludido es su problema) de profesor
que sabe mucho pero no sabe transmitir. Ya sea porque no le interesa o porque
sencillamente no tiene capacidades sociales, ese docente no está siendo lo
suficientemente bueno para el cargo que ocupa. De nada sirve ser un
especialista en una materia si no se la puedes explicar a tus alumnos de forma
satisfactoria.
En la esquina opuesta tenemos al profesor que no sabe nada.
Esa persona que ha entrado en la universidad por un braguetazo o enchufada por
alguien desde dentro al más puro estilo español típico. Esos docentes que te
presentan, en plan colegueo, su máxima erudición recién copiada de Wikipedia.
Profesor: ¿Alguna pregunta?
Alumno: [Inserte aquí una pregunta genérica]
Profesor: No voy a contestar a eso, ya deberías saberlo
Además, pero esto ya entrando en el odio personal, tenemos al profesor
colega. Ese profesor que es todo sonrisas y bromas durante el curso pero que a
la hora del examen se convierte en un engendro del demonio más retorcido que un
intestino. Muerte por lapidación para ellos.
También merecen el mismo destino los profesores que no es
que se crean buenos, es que son el
siguiente peldaño en la escala evolutiva del homo sapiens y tienen que
demostrarlo con su pedantería. Sus clases más que enseñar lo que hacen es
demostrar (como si de un pavo real desplegando sus plumas se tratara) por qué
son superiores a ti.
En fin, necesitaba descargar mi frustración académica sobre algún sitio.
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