viernes, 26 de octubre de 2012

Excursiorum romanus




Ayer fui de excursión con compañeros estudiantes de historia para ver ruinas romanas por Navarra. El resumen de la jornada patrocinado por Google Imágenes es este:

Lluvias torrenciales, agua que te calaba la ropa, pasaba por tus huesos y te podía empapar hasta el ALMA.

Pero seamos un poco más explicativos. Ahora, seco y en mi casa mientras disfruto de un té Earl Grey y una bata señorial me calienta (pipa, no, que no fumo), me maravillo de la capacidad de absorber líquidos como una esponja que tiene la lana. Creo que todo mi cuarto huele a oveja mojada que tira para atrás.



El día comenzó pronto, demasiado pronto para alguien a quien le gusta despertarse al mediodía con el olorcillo de la comida haciéndose ya. A las 7:30 de la mañana se pasaba lista en el autobús o se recurría a la ancestral pregunta de “¿echáis en falta a alguien?”. Después de unas bajas de última hora por enfermedad real o vagueza disfrazada de enfermedad el autobús comenzó su viaje.

Para una persona como yo, que tiene una incapacidad genética para dormirse en los medios de transporte, los viajes largos son un suplicio. Todo el mundo se duerme a mi alrededor menos yo, que me quedo velando el sueño de todo el autobús/barco/tren/avión (remarque con un circulo el transporte que proceda) y me aburro como en una misa.

Bueno, a lo que iba descontando el tedioso trayecto en bus, llegamos a la ciudad romana de Andelos mientras llovía lo suficiente como para que no quisieras bajar del seco bus. Tuvimos suerte porque había un edificio con techo en el que vimos un video instructivo mientras Carlos Sáenz gritaba en algunas partes, y cito textualmente “no hagáis ni puto caso a eso”. Si, el carácter divulgativo de muchas partes indignaron a los profesores, que no dudaron en dar cera a la pobre guía en las partes en las que se equivocaba. La pobre acabó hasta los huevos y con razón.

Vista de una calle de las ruinas de Andelos. Mirad el agua de la calle, que nos engañe el cielo.


La mejor parte de Andelos vino cuando la guía nos mandó a escaparrar al acabar su recorrido y nos fuimos por nuestra cuenta y riesgo a ver los restos de la presa romana mientras la lluvia nos daba una breve tregua. Al subir al bus le llenamos de barro el pasillo al conductor. Junto con la pobre guía, los dos personajes más puteados de la excursión. 

La segunda parada fue en la conocida como “Villa de las musas”,una villa agrícola muy bonita (todo lo que una ruina puede ser de bonita, o a lo mejor es que el hecho de que estuviera bajo techo hace que sume muchos puntos). Estaba destinada a la producción de vino (hasta 50.000 litrejos, que no es nada), con muchos recipientes para almacenar dicho mágico brebaje, y los restos de utensilios y aperos llevaban desde el s. V ahí enterrados esperando que un arqueólogo los encontrara y le hiciera ilusión. Ah, también tenía mosaicos, pero ¿qué casa romana no tiene mosaicos? ¿eh? ¿la de algún pobre? ¡cállese y no me lleve la contraria!. 


¡Ruinas romanas! esos truhanes si que sabían como construir para hacerte sentir especial cuando roturas tu campo.


Después de una generosa pausa para comer en un pintoresco bar de carretera (Angelines también nos señalaba los burdeles desde el autobús), nos pusimos en marcha hacia Contrebia Leucade. Y ahí es cuando realmente la cagamos. Si la lluvia hasta entonces nos había dado respiros intermitentes o la fortuna nos había dado techos bajo los que resguardarnos, en Contrebia no teníamos ni lo uno ni lo otro. Más de hora y media bajo una lluvia descorazonadora que solo remitió cuando ya nos estábamos marchando (manda cojones). Que si, que es era muy impactante el foso y no me arrepiento de haberlo visto, pero la lluvia le quitaba a uno las ganas de vivir. En las fotos que he podido ver, todos teníamos pinta de refugiados de Europa del este pero con cámaras carísimas. Excepto uno, que iba vestido como el Príncipe de Gales y me rompía la generalización.
Repetid conmigo para sentiros parte de la escapada: ¡Menudo foso!

La vuelta fue mejor. Todos asopados como si hubiéramos vadeado un río (creedme, no exagero, yo en concreto tenía una chaqueta de lana que pesaba como 2 kilos por el agua y que a fecha de hoy aun se está secando) pero con buen ánimo en general, llegamos a la Plaza San Francisco y nos fuimos a nuestros respectivos hogares a cambiarnos de ropa por prendas más secas.

A pesar de todo, creo que volvería a ir en las mismas y torrenciales condiciones. O a lo mejor es que estar seco y calentito en casa me hace ver las cosas desde otra perspectiva.



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