domingo, 14 de noviembre de 2021

El Congo Belga

 



Cuando hablamos de “imperio colonial” inmediatamente nos viene a la mente España o Inglaterra, países que controlaron grandes porciones de tierra en los cinco continentes y que, bueno, se comportaron como se comportaron con la mentalidad del momento. Y la opinión pública ha bebido de esa propaganda. Ya sabéis, “devolvednos el oro” y todo eso.

Y mientras todos los países señalan acusadores a los grandes colonizadores, Bélgica mira desde un rincón, con un sudor frío recorriéndole la espalda y actitud nerviosa.

Pero para saber cómo empezó todo, tenemos que remontarnos a 1885, durante la Conferencia de Berlín. Básicamente la Conferencia de Berlín fue el primer día de rebajas, en el que todo el mundo intenta hacerse con el máximo de cosas en cuento menos tiempo posible. Pero con negros, y en África.

No se le puede pedir peras al olmo, y la mentalidad de la época consideraba que los negros eran intelectualmente niños, que debían ser protegidos por el buen hombre blanco. La colonización era un acto filantrópico, que llevaba el progreso y la modernidad a territorios salvajes e inferiores. Al menos esa era la razón oficial, porque luego Francia, Portugal, Reino Unido, Alemania y bla bla bla hacían lo que les pasaba por el pitorro.

Leopoldo II tenía pinta de villano de novela de Dickens. Sorpresa para nadie.

El caso es que es obvio que la carrera colonial debe regularse, porque una cosa es que los blancos maten negros, y otra muy diferente que los blancos maten a otros blancos. Eso sería barbarie, y llega la Conferencia de Berlín para remediarlo. Allí confirmaron a Leopoldo II como controlador de una parte del Congo.

Resulta que Bélgica, país pequeñito que se había independizado de los Países Bajos, no era muy partidaria de la colonización. Así que Leopoldo fundó la Asociación Internacional del Congo y firmó tratados con los caudillos locales para ceder sus tierras y derechos a la Asociación Internacional del Congo. Así podía quedar como un filántropo con sus homólogos europeos.

El Estado Libre del Congo, como así se llamó el territorio de Leopoldo II, se convirtió en una enorme explotación de materias primas de miles de kilómetros cuadrados. Las tierra se repartió entre monopolios empresariales, zonas administradas por funcionarios y lo que vamos a denominar “reserva especial Leopoldo II para cuestiones filantrópicas que no hay que preguntar”.

Ojalá hubiera hecho una broma original, que no hubieran hecho ya los caricaturistas de principios de siglo.

Tranquilos, no os pongáis nerviosos, ahora comenzamos con los crímenes de lesa humanidad.

En primer lugar, como no había población blanca suficiente para controlar a los habitantes locales, Leopoldo contrata mercenarios y crea la Force Publique. Oficiales blancos y prescindibles soldados indígenas que muchas veces eran secuestrados y forzados a servir. A nadie le sorprenderá que eran usados para sofocar rebeliones con crueldad en cantidades industriales.

Los campos de cultivo, poco lucrativos y de una economía de subsistencia, fueron sustituidos por explotaciones comerciales que primero potenciaron la caza de elefantes para obtener marfil. Luego, cuando empezaron a aparecer los primeros coches, el caucho fue la exportación estrella del Estado Libre del Congo. La mala nutrición, sumado al autentico desprecio por la integridad física de los indígenas, hizo que las enfermedades camparan a sus anchas.

- Señor Leopoldo, la comisión de investigación cree que está usted amputando las manos a los indígenas de manera innecesariamente cruel, como le ha ocurrido a este pobre hombre.
- No, hombre, no. Eso es que se le han caído las manos de leche. Les pasa a los negros ¿Sabe usted acaso de negros? Yo se mucho, tengo un país lleno de ellos.

Amputaciones (especialmente de manos), torturas, secuestros, toma de rehenes y otras actividades feas… Leopoldo invertía parte de su fortuna en sobornar y acallar a políticos y periodistas, y que no se le acabara el cortijo. Finalmente la verdad salió a la luz y fue difícil disimularla: se estima que, entre unas cosas y otras, la población congoleña había caído a la mitad respecto a antes de que vinieran los europeos.

Y frente a eso, Leopoldo hizo lo único que podía hacer: ceder a regañadientes el Congo a la nación de Bélgica, y exigir una compensación económica desorbitada en concepto de sus esfuerzos civilizadores. Compensación que se pagó hasta el último céntimo, aunque Leopoldo la palmara al año siguiente.

Y la nueva administración belga siguió haciendo lo mismo.

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