Mientras se aclara el tema de Corea del Norte, y veo si
puedo hablar de eso o vamos a perecer todos en el infierno nuclear, os voy a
hablar de otra historia de cabezonería y desafío a imperios poderosos. El
problema es que, como tenéis ojos en la cara y habréis leído la cartela que
preside la entrada, ya sabéis por dónde van los tiros. Numancia.
Por si alguno no lo sabía, hay una zona de España que se
llama Soria. Parece que está parcialmente habitada y que la civilización ha
llegado hasta allí, pero nunca recuerdo haberme montado en un tren que tuviera
estación en esa zona. Así que en lo que a mí respecta, sigue siendo una tierra
que sólo conozco en leyendas y folklore popular.
Nos tenemos que remontar al siglo II a.C. para situar
cronológicamente la entrada de esta semana. Los romanos están convirtiendo la Península
Ibérica en la provincia de Hispania. En las zonas de costa, habituados al
comercio con extranjeros (griegos, fenicios, cartagineses…) la romanización es
rápida. Pero ¡ay! los pueblos indígenas del interior fueron otra cosa.
"¿Te sabes el chiste del vacceo que tiene un perro que se llama Mistetas y lo pierde y le pregunta a un arévaco que si ha visto Mistetas, y el arévaco le responde: no, pero MUERTE A ROMA."
Los españoles siempre hemos tenido fama de cabezones, y los
proto-españoles también. Tanto a Numancia como a Segeda (y otras poblaciones
que no voy a mencionar para aburrir) se les metió en la cabeza que iban a
enemistarse con Roma, y con Roma se enemistaron. Los celtíberos éramos así.
Pero ¿cómo ocurre todo?
Básicamente, los romanos imponían tributos a los pueblos
sometidos, y Segeda dejo de aportar hombres a los cuerpos auxiliares romanos,
dejó de pagar tributos y empezó a mejorar sus fortificaciones. ¿Qué pretendía?
Blanco y en botella. Los romanos, que no eran tontos, enviaron treinta mil
soldados a “convencer” a los ciudadanos de Segeda que estaban tomando una decisión
errónea.
Buenas murallas de tela te montaban los celtíberos. Qué sillares. Y menudas costuras.
Los segedenses pidieron ayuda al pueblo de al lado, Numancia.
Por aquel entonces Numancia era una ciudad medio importante, con poderío
militar notable, y se enfrentaron cara a cara con los romanos, infligiéndoles
una derrota. Tampoco pudieron los romanos tomar la ciudad en el 153 a.C. y los
numantinos volvieron a rechazarles. Se llegó a un pacto de no agresión a cambio
de tributos y Roma quedó más o menos contenta.
Sin embargo, los lusitanos andaban inquietos al mando de
Viriato, y las tensiones entre indígenas y romanos estallaron otra vez. Los
romanos se llevaron las manos a la cabeza porque, ¿quién iba a pensar que los
belicosos numantinos volverían a hacer de las suyas? A negociar la paz otra vez
cuando ambos bandos se cansaron se matarse. Se sucedieron 18 años de acuerdos, de precarios acuerdos de paz, firmados para ser rotos tiempo después. Y siempre
ganaba Numancia.
Como podéis ver, los numantinos siempre han tenido una confianza en ellos mismos que roza lo absurdo.
Para los romanos era una afrenta enorme que un pueblo
bárbaro resistiera tanto su poderío militar. Después de una derrota especialmente
humillante para Roma, en la que el ejército romano fue rodeado en su propio
campamento por el numantino, el general Gaius Hostilius Mancinus tuvo que
rendirse. Roma, tirándose de los pelos, lo obligó a presentarse ante las
murallas de Numancia completamente desnudo para que los numantinos hicieran con
él lo que quisieran, pero se negaron a quedárselo. Si los numantinos no querían
aceptar a un tío en pelotas, los romanos ya no sabían qué hacer para que el prestigio
militar no quedara en entredicho.
El Senado designó a Publius
Cornelius Scipio Aemilianus Africanus minor (Escipión Emiliano, para los
amigos) la tarea de conquistar Numancia. Con un ejército fuertemente entrenado
y con la moral altísima, se propuso tomar la ciudad llena de resistentes celtíberos
que continuamente humillaban a Roma. Ahora sí que sí. De verdad.
- ¿Es esto Numancia?
- No esto es sólo el suicidio ritual de nuestra secta de confianza. Numancia está por allá.
- Ah, bueno, perdone usted, síganse matando con saña.
Como los planes de tomarla por la fuerza no habían sido
demasiado gloriosos, Escipión Emiliano se propuso sentarse un rato y, mediante
un sitio, dejar que la ciudad pensara en lo que había hecho. Saquearon los
campos de los vacceos, aliados de los numantinos, y les quemaron todos los
cereales que no pudieron coger, para que no prestaran ayuda a los sitiados.
Después de eso, los romanos se dedicaron a construir una
impresionante muralla que discurría varios kilómetros alrededor de Numancia,
con torres armadas con escorpiones y catapultas, bloqueos fluviales en el río y
fosos defensivos. Sin contar los siete campamentos romanos que se distribuían
por el cerco para defender las murallas. Una obra de ingeniería extraordinaria
para hacer que una ciudad se rindiera.
Tras quince meses de asedio, Numancia cayó en poder de los
romanos. Las crónicas cuentan que mayoría de los numantinos se suicidaron y prendieron
fuego a la ciudad para que los romanos no la pudieran ocupar. Los pocos
supervivientes que hubo fueron vendidos como esclavos.
Con el tiempo, la región acabó romanizándose y perdiendo sus
raíces celtibéricas, pero la leyenda de la ciudad de “salvajes” que le bajó los
humos a Roma durante un cuarto de siglo quedó en la memoria colectiva.
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