domingo, 18 de septiembre de 2016

Por qué odio la Prehistoria



De la mente creadora de “Por qué odio la Edad Moderna”, llega… “Por qué odio la Prehistoria". La tan esperada secuela de todo un éxito de la crítica.

Odio la Prehistoria. Si nos ponemos tiquismiquis, la Prehistoria ni siquiera es Historia, es pre-Historia. O sea, “lo que va antes de la Historia”. Porque hasta que no se inventa la escritura y a alguien le da por escribir lo que le ocurre al explotador de turno (rey, basileus, sátrapa o lo que sea), no existe la Historia.

O sea, que la Prehistoria es un montón de interpretaciones hechas por un grupo de gente que más o menos intuye que sabe algo de aquellos tiempos en los que la tradición oral eral lo último en medios de comunicación. Gente peculiar que puede intentar ligar una noche diciendo “hola… ¿cazas o recolectas?”.

Y esto es lo que ocurre cuando buscas en Google "prehistoria"

La Prehistoria es el típico amigo incómodo (ese que no se ducha y huele a perro mojado) que se acopla a los planes que hace el grupo. Ese que dice cosas como “Hey, chicos, ¿sabíais que pasado mañana hay quedada de Edades Históricas? Voy fijo” mientras todo el mundo piensa mentalmente en los errores que se han cometido y que han desembocado en que Prehistoria se enterara del plan.

¿Cuál es el máximo logro de la Prehistoria? ¿El fuego? Sí, claro, uno de los 4 elementos. Es como decir “he descubierto el aire porque estoy respirando ¿dónde está mi Nobel?”. ¿La rueda? Por favor, ¡si el círculo es una de las formas geométricas más elementales! ¿Pinturas en las paredes? He visto baños de estaciones de servicio de carretera con mejores dibujos anatómicamente y mayor cromatismo.
El departamento de I+D de la prehistoria en plena vorágine creadora.

Porque esa es otra, los hombres de las cavernas eran lo más parecido a camioneros que podéis imaginar. Los camioneros tienen sus revistas picantes, los prehistóricos tienen figurillas de tías en bolas con tetas enormes. Los camioneros tienen Jara y Sedal, los prehistóricos se dedican a pintar ciervos y otras cosas cazables en las paredes. Las mismas paredes que llenan de garabatos que se presuponen “rituales”, pero seguro que son guarradas como las que ponen en las puertas de los baños de sórdidos bares de carretera. Menudos pervertidos.

Que vale que lo máximo que tenían era palos, piedras mezclados con algo de chamanismo. Pero, joder, algo bueno podrían haber hecho. No les estoy pidiendo que monten un Renacimiento, pero algo mejor podían hacer. Que parece que en la Prehistoria todo el mundo hacía las cosas a medias, con una desidia escandalosa.

Prehistoria. Montar en tu dientes de sable (patente en trámite) y salir a media tarde a cazar algo para picar.

En lo único que ponían interés era en tallar piedras. Trozos de sílex sin forma aparente deleitan a prehistoriadores de todo el globo. Miles de retoques diferentes hacen que babeen sobre restos arqueológicos de miles de años de antigüedad.  Si tienen retoque superficial con un percutor blando es orgasmo. Si alcanza el refinamiento de una punta Levallois es “desmayo seguido de embolia producida por el puro placer”. Pero tranquilos, tú y yo somos personas normales, y sólo veremos piedras. Estamos fuera de peligro.

Y si aun no estáis convencidos, hablemos de las casas. Vivían en cuevas. Cuevas. No tenéis ni idea de lo antihigiénico que es vivir en una cueva. Sin desagüe ni ventilación, donde todos los detritus van a parar a la parte del fondo como si fuera un piso de estudiantes el día de limpieza. Eso incluía los cadáveres, y así está la Sima de los Huesos, de Atapuerca (yacimiento que intuyo que debe derivar de la antigua expresión “está puerca”).

Perdón por ese último chiste. Pero menos mal que a alguien le dio por convertirse en sedentario, cultivar cosas e inventar la escritura. No querría estar escribiendo esto en la pared de una cueva.

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