Han pasado 15 años ya y aun recuerdo el 11 de septiembre de 2001. Tenía 10 años y no
sabía qué estaba ocurriendo.
Recuerdo estar viendo TPH Club en casa de mi abuela. Ya
había acabado de comer y estaba esperando a que fueran las 15:00 para ir al
colegio. De repente, bajaron mis tíos corriendo y pusieron “La Primera”, sin
dejarme acabar lo que fuera que estaba viendo.
Era un directo, se veían dos edificios altísimos, del que
uno salía una densa columna de humo. Hablaban de un número ridículo de muertos
(poco más de una decena) y de que el fuego de las plantas superiores estaba
controlado. Nadie sabía qué estaba ocurriendo, en mi familia se barajaba la opción
de que fuera un incendio en el edificio, no queríamos creer que ningún ser
humano podía perpetrar algo así.
Y, sin embargo, ocurrió. En pleno directo, apenas unos
minutos de que todo empezara, un segundo avión chocaba contra la otra Torre
Gemela. Los locutores confirmaban el ataque terrorista y apenas llegaban a
articular frases completas porque ellos mismos estaban impactados. Era caótico,
pero las voces en off de los corresponsales se alternaban con espectaculares
tomas de las dos Torres Gemelas ardiendo desde un helicóptero. Incluso llegaban
noticias de que otro avión se había chocado contra el Pentágono.
Llegué tarde al colegio pero a nadie le importó. Mi familia
estaba demasiado impactada y pegada a la televisión como para echarme la
bronca. Los profesores estaban pegados a una pequeña televisión que tenían en
la sala de profesores. Cuando entré en el colegio, se respiraba un clima de
irrealidad.
Las clases de esa tarde siguieron normales, pero con una
intranquilidad espesa que se colaba por todos sitios. Los profesores no sabían
si hablarnos o no de lo que estaba pasando, porque erramos muy jóvenes. Hubo
intentos de sacar el tema, pero solamente los adultos eran conscientes de que estábamos
viviendo un acontecimiento que marcaría el ritmo de las décadas posteriores.
Cuando salí del colegio y volví a casa, mis padres ya
estaban viendo la televisión. Hacía una hora que se había derrumbado la primera
de las torres (la segunda en ser impactada) y media hora del desplome de la
otra. Una nube de polvo inundaba el famoso perfil de Manhattan como si fuera
una niebla siniestra. Pero todo el mundo sabía que no era niebla, el desplome
de cada una de las dos torres se había emitido en directo por canales de
televisión de todo el mundo.
Esa tarde no quedé con los amigos. No porque no quisiera,
sino porque todo el mundo tenía miedo. Las imágenes de gente tirándose por las
ventanas de los rascacielos me impactaron. Multitud de países entraron en
alarma y el tráfico aéreo sufrió una paranoia que duraría meses. Ese día, por
lo menos en mi casa, fue para reflexionar. Recuerdo encender el ordenador y abrir
esa tarde el Simcity3000 para construir una ciudad con el World Trade Center.
Al final del día, todos los informativos emitían imágenes de un George Bush atontado y pueril que hacia declaraciones obvias. Los ataques loas habían hecho terroristas islámicos que operaban desde Irak, lo que daba carta blanca a una "pacificación" del territorio (que lo de "invasión" quedaba muy feo).
Al año siguiente, en ese mismo colegio y para unas fechas
similares, se nos pidió un ejercicio de reflexión. Ahí fui consciente, con un
año de perspectiva de lo que había ocurrido. Tres años después, ya en el instituto, entraría el
profesor de tecnología con cara sombría y nos diría “ha habido un atentado
terrorista en Atocha, hay por lo menos una veintena de muertos”. Con el 11M ocurriría
un proceso similar, pero con una madurez y una capacidad de reflexión mucho más
grandes.
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