Hace dos semanas hablaba de una novela, luego alabé el
estilo arquitectónico de una estación abandonada en mitad de los Pirineos y
ahora voy a volver a hablar de arquitectura. Estamos culturales este verano.
El nazismo me parece un movimiento político muy interesante
y...
Bueno, antes de que empecéis a llamar a Nuremberg, tengo que
concretar un par de cosas:
1) El nazismo me parece un movimiento político muy
interesante pero alejado de mis concepciones políticas
2) Personalmente, no me gusta pensar en los nazis como el
antagonista malvado que la cultura popular nos ha dibujado, soy más de las
tesis de Hannah Arendt de la “banalidad del mal”: los nazis no fueron monstruos
sádicos, solo personas con una ideología política genocida y agresiva a los que se les dio carta blanca para hacer lo que quisieran.
Sin duda alguna, el alemán mas jodidamente hijo de puta de todos los tiempos fue el asesor de imagen de Hitler.
Para los que no sepáis de qué va el libro de Hannah Arendt “Eichmann en Jerusalén”: narra el proceso judicial por parte del estado de Israel contra Adolf Eichmann, uno de los responsables de la famosa “solución final” contra los judíos. Arendt afirma que Eichmann no era una persona de excepcional maldad, que solamente era un miembro patético del partido nazi que solamente estaba obedeciendo órdenes. A lo largo del juicio se demostró que Eichmann no era una persona demasiado inteligente, que necesitaba la aprobación de terceras personas para sentirse realizado y que a duras penas se había integrado en la vida laboral y social antes de su militancia en el partido nazi.
En pocas palabras, Eichmann era un gilipollas patético que, después de ser un fracasado durante toda su vida, descubrió el nazismo y se sintió como un campeón. Por ello este tipo de conclusiones no sentó nada bien al estado israelita, a quien le interesaba presentar a los nazis como monstruos sádicos sin remordimientos. Cuanto más amenazador fuese el enemigo, más justificadas estarían las formas de combatirlo.
Eichmann no era un monstruo, era solo una persona que se
encargaba que los trenes repletos de judíos salieran a la hora hacia sus campos
de concentración correspondientes. Alguien a quien le daba igual enviar un
cargamento de wolframio a la Thyssenkrupp que seres humanos a una muerte
segura. Era el estereotipo de funcionario típico alemán: muy
obediente, poco imaginativo y nada dado a cuestionar lo establecido.
Dicho de otra forma: Eichmann no era un ser especialmente malvado, Eichmann podría ser el vecino vecino que siempre te saluda o el amable pasajero que te ha cedido el sitio en el autobús. Eichmann podíamos ser cualquiera.
- Helga, mi supervisor me ha recompensado con una semana de vacaciones en Prora al ser el obrero más productivo de la cadena de montaje de Panzer II.
- Hans, si no lo has adivinado ya por mi cara, me repugnas
Y esos pequeños funcionarios alemanes eficientes (valga la
redundancia) de vez en cuando se merecían unas vacaciones en la costa pagadas
por papá Hitler. Si lo que tiene Alemania en el Báltico puede llamarse “costa”,
me refiero. Y con ese concepto, nació Prora.
Prora era una especie de Marina d’Or para nazis, sólo que en
vez de publicitarlo Anne Igartiburu lo recomendaba Adolf Hitler. Y como todo en
el nuevo Tercer Reich, tenía que ser algo de dimensiones colosales para que
durara mil años: se proyectaron cinco kilómetros de edificios residenciales
que seguían la línea de costa que incluían ocho bloques de apartamentos, piscinas,
teatro, cine y un auditorio multiusos por si a algún pez gordo nazi le daba por
dar una conferencia por allí.
El encargado de la supervisión de las obras será la
organización Kraft durch Freude, traducido al español como “Fuerza a través de
la alegría”, que bajo una mariconada de nombre se escondía una herramienta para
controlar el tiempo libre de los alemanes. De esta forma todo en Prora estaba
destinado a formar nazis satisfechos y moderadamente bronceados, ya que el
Báltico no puede compararse con Benidorm.
El diseño en si era bastante bueno. Obra de Clemens Klotz,
ganaría una medalla de oro al diseño en la Feria Mundial de París de 1937, lo
cual agradecerá Alemania con una invasión tres años después. Cuando estuviera
acabado, 20000 personas podrían disfrutar de unas eficientes vacaciones nacionalsocialistas
en la playa al mismo tiempo, gracias a Prora.
Que esté en ruinas es por culpa de que todos los alemanes quieren veranear en España. Eso y por el alcohol barato.
Pero Hitler se dio cuenta de que las guerras no se ganan repartiendo apartamentos en Torrevieja y los
obreros que trabajaban en el proyecto fueron destinados a la industria armamentística,
concretamente a la construcción de V1 y V2 en Peenemünde. Acababa la guerra y
quedaba el enorme complejo a medio terminar, sin que a nadie le hiciera
especial gracia terminar un proyecto que habían comenzado los nazis.
Los rusos, pragmáticos e improvisadores, hicieron unas
chapucillas en los bloques de apartamentos y lo arreglaron un poco para que
sirviera como escuela militar durante la Guerra Fría. Tras la caída de la URSS,
el mantenimiento de semejante complejo vacacional a medio terminar era demasiado
costoso para el Bundeswehr, que terminó abandonándolo.
Si se hubiera acabado, ahora todos los jubilados alemanes que abarrotan nuestras costas estarían veraneando en Prora. No me cabe duda.
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