domingo, 26 de julio de 2015

Prora D'or, stadt de vacaciones



Hace dos semanas hablaba de una novela, luego alabé el estilo arquitectónico de una estación abandonada en mitad de los Pirineos y ahora voy a volver a hablar de arquitectura. Estamos culturales este verano.

El nazismo me parece un movimiento político muy interesante y...

Bueno, antes de que empecéis a llamar a Nuremberg, tengo que concretar un par de cosas:

1) El nazismo me parece un movimiento político muy interesante pero alejado de mis concepciones políticas

2) Personalmente, no me gusta pensar en los nazis como el antagonista malvado que la cultura popular nos ha dibujado, soy más de las tesis de Hannah Arendt de la “banalidad del mal”: los nazis no fueron monstruos sádicos, solo personas con una ideología política genocida y agresiva a los que se les dio carta blanca para hacer lo que quisieran.

Sin duda alguna, el alemán mas jodidamente hijo de puta de todos los tiempos fue el asesor de imagen de Hitler.

Para los que no sepáis de qué va el libro de Hannah Arendt “Eichmann en Jerusalén”: narra el proceso judicial por parte del estado de Israel contra Adolf Eichmann, uno de los responsables de la famosa “solución final” contra los judíos. Arendt afirma que Eichmann no era una persona de excepcional maldad, que solamente era un miembro patético del partido nazi que solamente estaba obedeciendo órdenes. A lo largo del juicio se demostró que Eichmann no era una persona demasiado inteligente, que necesitaba la aprobación de terceras personas para sentirse realizado y que a duras penas se había integrado en la vida laboral y social antes de su militancia en el partido nazi.

En pocas palabras, Eichmann era un gilipollas patético que, después de ser un fracasado durante toda su vida, descubrió el nazismo y se sintió como un campeón. Por ello este tipo de conclusiones no sentó nada bien al estado israelita, a quien le interesaba presentar a los nazis como monstruos sádicos sin remordimientos. Cuanto más amenazador fuese el enemigo, más justificadas estarían las formas de combatirlo.

Eichmann no era un monstruo, era solo una persona que se encargaba que los trenes repletos de judíos salieran a la hora hacia sus campos de concentración correspondientes. Alguien a quien le daba igual enviar un cargamento de wolframio a la Thyssenkrupp que seres humanos a una muerte segura. Era el estereotipo de funcionario típico alemán: muy obediente, poco imaginativo y nada dado a cuestionar lo establecido.

Dicho de otra forma: Eichmann no era un ser especialmente malvado, Eichmann podría ser el vecino vecino que siempre te saluda o el amable pasajero que te ha cedido el sitio en el autobús. Eichmann podíamos ser cualquiera.


- Helga, mi supervisor me ha recompensado con una semana de vacaciones  en Prora al ser el obrero más productivo de la cadena de montaje de Panzer II. 
- Hans, si no lo has adivinado ya por mi cara, me repugnas

Y esos pequeños funcionarios alemanes eficientes (valga la redundancia) de vez en cuando se merecían unas vacaciones en la costa pagadas por papá Hitler. Si lo que tiene Alemania en el Báltico puede llamarse “costa”, me refiero. Y con ese concepto, nació Prora.

Prora era una especie de Marina d’Or para nazis, sólo que en vez de publicitarlo Anne Igartiburu lo recomendaba Adolf Hitler. Y como todo en el nuevo Tercer Reich, tenía que ser algo de dimensiones colosales para que durara mil años: se proyectaron cinco kilómetros de edificios residenciales que seguían la línea de costa que incluían ocho bloques de apartamentos, piscinas, teatro, cine y un auditorio multiusos por si a algún pez gordo nazi le daba por dar una conferencia por allí.

El encargado de la supervisión de las obras será la organización Kraft durch Freude, traducido al español como “Fuerza a través de la alegría”, que bajo una mariconada de nombre se escondía una herramienta para controlar el tiempo libre de los alemanes. De esta forma todo en Prora estaba destinado a formar nazis satisfechos y moderadamente bronceados, ya que el Báltico no puede compararse con Benidorm.

El diseño en si era bastante bueno. Obra de Clemens Klotz, ganaría una medalla de oro al diseño en la Feria Mundial de París de 1937, lo cual agradecerá Alemania con una invasión tres años después. Cuando estuviera acabado, 20000 personas podrían disfrutar de unas eficientes vacaciones nacionalsocialistas en la playa al mismo tiempo, gracias a Prora.

Que esté en ruinas es por culpa de que todos los alemanes quieren veranear en España. Eso y por el alcohol barato.

Pero Hitler se dio cuenta de que las guerras no se ganan repartiendo apartamentos en Torrevieja y los obreros que trabajaban en el proyecto fueron destinados a la industria armamentística, concretamente a la construcción de V1 y V2 en Peenemünde. Acababa la guerra y quedaba el enorme complejo a medio terminar, sin que a nadie le hiciera especial gracia terminar un proyecto que habían comenzado los nazis.

Los rusos, pragmáticos e improvisadores, hicieron unas chapucillas en los bloques de apartamentos y lo arreglaron un poco para que sirviera como escuela militar durante la Guerra Fría. Tras la caída de la URSS, el mantenimiento de semejante complejo vacacional a medio terminar era demasiado costoso para el Bundeswehr, que terminó abandonándolo.

Hoy en día tiene un albergue juvenil en su interior, y hay varios proyectos para convertir Prora en un complejo hotelero moderno en sus ruinas. Sin embargo, en la isla báltica de Rügen, en medio de aguas azules y frondosos bosques verdes, hay una colosal línea de apartamentos grises y oscurecidos por el tiempo que rompe totalmente con el idílico horizonte.

Si se hubiera acabado, ahora todos los jubilados alemanes que abarrotan nuestras costas estarían veraneando en Prora. No me cabe duda.

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