Menudo
título largo ¿eh?
Resulta
que España en el siglo XVI era el matón de clase: alguien gigante con el que es
mejor no meterse pero odiado por todo el mundo. Carlos I y Felipe II asentaron
la hegemonía española por Europa y el Mediterráneo y sus reinados supusieron
monarquías fuertes y capaces que ejercieron el control de forma bastante
efectiva.
Con
Felipe IV la cosa cambió, y no solo de siglo. En el siglo XVII estallan todas
las enemistades que había ganado España en los últimos siglos, parando todos
los golpes con la cara. Francia declaró la guerra a España, nerviosa por verse
rodeada de enemigos hispánicos. Inglaterra no dejó escapar la oportunidad de
hacer un poco de piratería por las Américas, como siempre ocurrió pero nunca
reconoce. Portugal se incorporó al Imperio Español y, al no quedar satisfecha, se independizó
tras 60 años. Las Provincias Unidas volvieron a sus desesperantes hostilidades.
Y todo eso sólo en materia de política exterior.
La inutilidad de una dinastía hecha mapa
Internamente,
en el siglo XVII, España tuvo que soportar la rebelión de Cataluña y un par de
conspiraciones hechas con desgana en Aragón y Andalucía, de esas que haces “para
ver qué pasa” en una tarde de domingo especialmente aburrida. Para qué vais lo
importante que es tener un rey fuerte en la Edad Moderna, que a Carlos II nadie
podía tomarlo en serio.
En
ese contexto de lucha por el predominio de la hegemonía europea, de crisis política
y de sucesión de reyes españoles debiluchos, se enmarcan las diferentes paces
que había que hacer con los muchos países que se querían repartir el pastel del
Imperio Español. Holanda,
Dinamarca, Inglaterra, Suecia, Francia… todos esos países hacían cola con un
plato en la mano a ver que lograban arañarle a España como el estudiante que va
a la revisión de un examen a por una décima más en su nota.
Felipe IV ¿En serio alguien obedecería voluntariamente a un rey que puede sacarte un ojo con su bigote?
Y
en ese contexto de crisis de la monarquía hispánica llega la Paz de Westfalia,
que en realidad es la suma de los tratados de Osnabrück y Münster
(ambos de 1648). Con ella se reconocía el derecho de los príncipes alemanes a
decidir la religión de sus territorios (católica de toda la vida o nueva moda
protestante). Tambien se daba independencia a Holanda, que dejaba de ser
patrimonio de la dinastía de los Habsburgo para ser una nación más en el
panorama europeo. También tenía repercusiones menores, como que Francia se
apropiaba del pasillo español que conectaba Flandes con Italia, Suecia se
convertía en la dominadora del Báltico o Suiza se independizaba del Sacro
Imperio Germánico.
Con
la Paz de Westfalia queda iniciada algo que con la paz de los Pirineos (1659) será un hecho: España había dejado de
ser la principal potencia continental de Europa y le cedía el testigo a Francia.
Los mares pasarán a ser monopolio de las compañías comerciales inglesas y
holandesas. El matón de clase que era España en el siglo XVI se había
convertido en una piñata que todos los países golpeaban para ver que premios
soltaba. Y Carlos II, ya a finales del siglo XVII, babeaba en el trono ajeno a
todo lo que había perdido.
Y para terminar, un primer plano del culo de un caballo. Clásico.
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