Don
Juan de Gurrea y Aragón podía ser un nombre más en la historia de España. De
hecho, con toda seguridad, nadie habrá oído hablar de él hasta esta mención. Su
historia, y más concretamente sus últimos momentos antes de ser condenado a
muerte, es interesante para comprender las intrigas políticas de la corte de
cualquier monarca de la Edad Moderna.
El
bueno de Don Juan estaba emparentado con los reyes aragoneses. Tenía el Condado
de la Ribagorza heredado de su padre. Tenía dinero. Tenía poder político. En
pocas palabras, tenía todo lo que un caballero de la modernidad podía aspirar.
Y, sin embargo, murió un seis de abril de 1573 por el nada caballeresco método
del garrote vil.
Su mujer
tampoco era una cualquiera, Luisa Pacheco Cabrera era descendiente de los
marqueses de Villena y de los duques de Escalona. A pesar de todo, el
matrimonio vivía en Toledo, un territorio con mucha más historia y
cosmopolitismo que un condado rural perdido de la mano de Dios en el Pirineo.
Francia tenía su guillotina, EEUU tenía su silla eléctrica... en España éramos más de que un punzón te destrozara las vértebras mientras te aplastaban el cuello lentamente. Somos unos cachondos.
Aunque
la verdad es que el matrimonio de ambos nobles distaba de ser idílico. Por lo
que se sabe, la mujer era de todo menos fiel y sumisa (cosa que se valoraba
especialmente en esa época).Por todo ello, Don Juan le preparó un romántico
viaje a la casa que tenían en Los Fayos, en la provincia de Zaragoza, y allí la
degolló a sangre fría mientras dormía.
“Pues
ya está, lo agarrotaron por matar a su mujer” pensarás desde el otro lado del
ordenador. Nada más lejos de la realidad. Estamos en la Edad Moderna, época en
la que un noble podía hacer cualquier cosa con sus siervos (el malogrado “ius
maletractandi”). Y la mujer no quedaba muy lejos, siempre subordinada a la
voluntad de un varón.
Por ello,
nuestro protagonista logró escapar de la justicia sin mayores problemas. Cruzó
los Pirineos para llegar a Francia y su plan era llegar a Nápoles, región en la
que tenía aliados, atravesando toda Italia. Pero cometió un error al planificar
ese tour mediterráneo: pasar por Milán.
Don Juan de Gurrea no fue el único que se ha arrepentido de ir a Milán a lo largo de la historia de la humanidad.
Y es
que Milán era una ciudad amiga del conde de Chinchón, que a su vez era amigo de
la familia de la novia. En pocas palabras: las redes de favores se pusieron en
marcha y cogieron a Juan de Gurrea cuando apareció por los alrededores de la
ciudad. Fue “repatriado” a Madrid para que se hiciera justicia.
La acusación,
mayormente la familia de ella y los condes de Chinchón, no acusaron a Juan de
Gurrea de asesinato. Un asesinato cometido por un noble era algo menor,
posiblemente se saldaría con una fuerte multa, el encarcelamiento puntual y la
eterna enemistad de la familia de nobles de la mujer. No, la acusación aspiró a
algo mucho más grave: el pecado nefando.
El
pecado nefando, o más comúnmente conocido como “sodomía” era llevado por el
tribunal de la Inquisición al considerarse un comportamiento que atentaba
contra el orden natural de Dios. Gracias al Concilio de Trento la homosexualidad
era perseguida con dureza. Al haber numerosos testigos entre el servicio que
decían haber presenciado a Don Juan yaciendo con criados y otros hombres,
perdió el privilegio de una ejecución por decapitación (que estaba reservada
sólo a los nobles).
La
explicación que se dio es que Don Juan de Gurrea mató a su esposa para poder
disfrutar de sus escapadas homosexuales con total libertad. Sin embargo, no
deja de ser curioso el proceso que tomó la acusación, de cómo el asesinato era algo mas leve (aunque
fuera a sangre fría) que la homosexualidad.
No tengo claro si son sodomitas o sadomasoquistas. La cara de felicidad al ser quemados me desconcierta de sobremanera.
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