domingo, 16 de febrero de 2014

Las lupercales



Las lupercales son una de las festividades romanas que la moral judeocristiana, pudorosa y restrictiva en cuanto a la exhibición del cuerpo humano, detestó, prohibió y sustituyó por San Valentín.

La tradición parece ser anterior a la propia Roma, etrusca tal vez, y algo turbia. Probablemente fue romanizada en tiempo de la república para mayor gloria de Roma. Cicerón califica al colegio sacerdotal de los lupercos como “esta cofradía salvaje y agreste, de hermanos en figuras de lobos, la unión silvestre de los cuales se estableció antes de la civilización y las leyes” (Pro Caelio, 26).

Parece obvia la relación de este colegio sacerdotal con la loba que amamantó a Rómulo y Remo (elevada a un status divino). Los sacerdotes eran jóvenes que habían pasado con éxito un oscuro rito de paso común en todas las civilizaciones: sobrevivir cierto tiempo en el bosque del saqueo y de la caza, comportándose como “lobos humanos”, por así decirlo. Similar costumbre tenían los espartanos, entre los que se fomentaba la competitividad desde pequeños soltándolos en el campo para que se buscaran la vida mediante el saqueo, la violencia y el asesinato hilotas de clase dudosa.

"Desnudémonos, corramos por las calles y azotemos a las mujeres con una piel de cabra". Un plan que grita "te quiero" por los cuatro costados

Su principal santuario era la cueva en la que había residido la loba de la leyenda, en el monte palatino. Conforme la ciudad creció, el santuario quedó encajonado en el corazón de la misma y rodeada de los ciudadanos de más alto nivel social. Por ello, los lupercos dejaron de ser ciudadanos de a pie para ser hijos de aristócratas. Niños pijos, vamos.

Hasta aquí el contexto y la explicación. Ahora viene la descripción de la costumbre:

Cada 15 de febrero los lupercos sacrificaban entre carcajadas rituales (vamos, que tenían que estar riéndose mientras hacían todo el ritual) a un perro y un macho cabrío, animales que simbolizaban lo impuro. A continuación los lupercos se embadurnaban la cara con la sangre de los animales y cortaban la piel en tiras de cuero. Completamente desnudos a excepción de algunas tiras de cuero, con el cuerpo manchado de sangre y azotando con látigos improvisados a todo con el que se cruzaran, corrían por las calles de Roma.

Y a la gente no le importaba que unos vociferantes hombres desnudos de aspecto salvaje le golpearan con látigos recién desollados y comprensiblemente sangrantes. Es más, las mujeres perseguían a los lupercos para que les azotaran porque la creencia era que los azotes de estos “salvajes“ traían la fecundidad. Fabuloso.
Si te preguntan "¿Con que celebración te quedas?" la respuesta es obvia ¿no?

Pero recordemos que son los hijos de las familias pudientes los que hacen esto, hijos de magistrados, senadores… que se desnudan completamente, untados en sangre y que se dedican a dar latigazos a los viandantes. El propio Marco Antonio participó en la Lupercalia del 44 a.C. tal y como dice Cicerón en su Filípicas (3,1)  “nudus, unctus, ebrius”. Probablemente ya sospecharás como iba el famoso amante de Cleopatra: desnudo, ungido [en sangre], ebrio.

Por todo ello prefiero las Lupercalias a San Valentín. Seamos sinceros: “correr desnudo por la ciudad, dando latigazos a la gente sin que te puedan decir nada y riendo como un maníaco” es un plan mucho mejor que “dar regalos para demostrar tu amor”. O por lo menos mucho más pintoresco y menos mojigato.


Así que desde hace años no felicito San Valentín, felicito la Lupercalia.

Y desde hace años me ocurren cosas parecidas a esta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario