Las
lupercales son una de las festividades romanas que la moral judeocristiana, pudorosa
y restrictiva en cuanto a la exhibición del cuerpo humano, detestó, prohibió y
sustituyó por San Valentín.
La
tradición parece ser anterior a la propia Roma, etrusca tal vez, y algo turbia.
Probablemente fue romanizada en tiempo de la república para mayor gloria de
Roma. Cicerón califica al colegio sacerdotal de los lupercos como “esta cofradía salvaje y agreste, de hermanos
en figuras de lobos, la unión silvestre de los cuales se estableció antes de la
civilización y las leyes” (Pro Caelio, 26).
Parece
obvia la relación de este colegio sacerdotal con la loba que amamantó a Rómulo
y Remo (elevada a un status divino). Los sacerdotes eran jóvenes que habían
pasado con éxito un oscuro rito de paso común en todas las civilizaciones:
sobrevivir cierto tiempo en el bosque del saqueo y de la caza, comportándose
como “lobos humanos”, por así decirlo. Similar costumbre tenían los espartanos,
entre los que se fomentaba la competitividad desde pequeños soltándolos en el
campo para que se buscaran la vida mediante el saqueo, la violencia y el
asesinato hilotas de clase dudosa.
"Desnudémonos, corramos por las calles y azotemos a las mujeres con una piel de cabra". Un plan que grita "te quiero" por los cuatro costados
Su
principal santuario era la cueva en la que había residido la loba de la leyenda,
en el monte palatino. Conforme la ciudad creció, el santuario quedó encajonado
en el corazón de la misma y rodeada de los ciudadanos de más alto nivel social.
Por ello, los lupercos dejaron de ser ciudadanos de a pie para ser hijos de
aristócratas. Niños pijos, vamos.
Hasta aquí
el contexto y la explicación. Ahora viene la descripción de la costumbre:
Cada 15
de febrero los lupercos sacrificaban entre carcajadas rituales (vamos, que
tenían que estar riéndose mientras hacían todo el ritual) a un perro y un macho
cabrío, animales que simbolizaban lo impuro. A continuación los lupercos se
embadurnaban la cara con la sangre de los animales y cortaban la piel en tiras
de cuero. Completamente desnudos a excepción de algunas tiras de cuero, con el
cuerpo manchado de sangre y azotando con látigos improvisados a todo con el que
se cruzaran, corrían por las calles de Roma.
Y a la
gente no le importaba que unos vociferantes hombres desnudos de aspecto salvaje
le golpearan con látigos recién desollados y comprensiblemente sangrantes. Es
más, las mujeres perseguían a los lupercos para que les azotaran porque la
creencia era que los azotes de estos “salvajes“ traían la fecundidad. Fabuloso.
Si te preguntan "¿Con que celebración te quedas?" la respuesta es obvia ¿no?
Pero recordemos
que son los hijos de las familias pudientes los que hacen esto, hijos de
magistrados, senadores… que se desnudan completamente, untados en sangre y que se
dedican a dar latigazos a los viandantes. El propio Marco Antonio participó en
la Lupercalia del 44 a.C. tal y como dice Cicerón en su Filípicas (3,1) “nudus,
unctus, ebrius”. Probablemente ya sospecharás como iba el famoso amante de
Cleopatra: desnudo, ungido [en sangre], ebrio.
Por todo
ello prefiero las Lupercalias a San Valentín. Seamos sinceros: “correr desnudo
por la ciudad, dando latigazos a la gente sin que te puedan decir nada y riendo
como un maníaco” es un plan mucho mejor que “dar regalos para demostrar tu amor”.
O por lo menos mucho más pintoresco y menos mojigato.
Así que
desde hace años no felicito San Valentín, felicito la Lupercalia.
Y desde hace años me ocurren cosas parecidas a esta.
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