Puede que el 20 de diciembre no diga mucho para la mayoría de
la gente, pero para algunos zaragozanos es una fecha negra de solemne recuerdo.
A mi personalmente no me importa más allá de lo históricamente interesante que
fue el evento, pero hay gente que parece que en aquella fecha le decapitaron a
un familiar cercano.
Estoy hablando del ajusticiamiento del Justicia (valga la
redundancia) del Reino de Aragón, Juan de Lanuza el Mozo.
Pero la cosa comienza antes, con una historia de conspiración
de corte, intrigas palaciegas y asesinatos en el Madrid de los Austrias (el
lugar perfecto para tomar una relaxing cup of coffee). Misterio, espadachines
en la noche, reyes déspotas... si es que parece una novela de Pérez-Reverte.
- Papel - dijo Juan de Lanuza el Mozo mientras mostraba su mano abierta.
- Tijeras - concluyó Felipe II mientras enseñaba triunfal dos dedos extendidos - Has perdido, te corto la cabeza.
Sin embargo, necesitamos algo de contexto para contar la
historia. Intentaré ser breve:
Los Países Bajos no están contentos de la dominación imperial
y buscan emanciparse, ante este problema hay dos posturas: la liberal (que
busca llegar a un acuerdo con los rebeldes) y la reaccionaria (que buscar dar
cerita a los rebeldes). Antonio Pérez, secretario de Felipe II, pertenece a la
primera facción. Toda esta lucha de bandos está aderezada con Inglaterra
metiendo cizaña desde el balcón privilegiado que es su isla. ¿Ha quedado claro?
¿He sido breve?
Pues resulta que bajo un nombre tan vulgar como el de Antonio
Pérez se encontraba todo un conspirador. Como buen conspirador, hizo quedar a Juan
de Austria, hermano de Felipe II y gobernador de los Países Bajos, como un
usurpador de sospechosas ambiciones. Ante estas acusaciones, que venían de su
propio secretario, el monarca decide asesinar a Juan de Escobedo, emisario del homónimo
gobernador de Flandes.
Después de un sutil intento de envenenamiento fallido,
decidieron que lo mejor era contratar a un grupo de sicarios madrileños para
que se lo cargaran en algún callejón de mala muerte. Y así ocurrió el 31 de
marzo de 1578. Cuanto más cutre y turbio, mejor; pero he de decir en defensa de
este chapucero plan que en el Madrid del siglo XVI debía de haber dos o tres
apuñalamientos por noche y podría considerarse perfectamente “una noche tranquila”.
Antonio Pérez robándote tus secretos con una sonrisa pícara
El caso es que
cuando el hermano de Felipe murió y su documentación llegó a la capital, se
descubrió el pastel. Antonio Pérez era el que había manipulado y engañado al
monarca, no Juan de Austria, que el pobrecillo siempre había sido leal. Antes
de que Antonio se fuera de la lengua respecto al asesinato del secretario de su
hermano, lo difamó y encarceló. Se sometió a tortura a Antonio Pérez y reconoció
ser el autor de la conjura contra Juan de Escobedo.
Sin embargo, en
1590 cambia de opinión e incomprensiblemente se cansa de estar encarcelado,
huyendo a Zaragoza y poniéndose bajo la protección de los Fueros aragoneses. Básicamente
lo que ocurría es que Antonio Pérez dejaba de estar bajo la jurisprudencia de
Felipe II y hasta que se demostrara su culpabilidad tenía que estar a
disposición del Justicia.
Felipe no
esperaba un veredicto favorable para el debido a las tiranteces que había
tenido con el Reino de Aragón en sus años como monarca, y además la lentitud de
la justicia aragonesa lo desesperaba. ¿Qué estaba por encima de la justicia
terrenal? La justicia divina, por supuesto.
¿Es una antena parabólica? ¿Es un pirata? ¡no! es la Princesa de Éboli, presunta amante de Antonio Pérez
Antonio fue
trasladado a la cárcel de la Inquisición, pero la comitiva fue atacada y puesto
en libertad por los defensores de la justicia del Justicia (redundancia otra
vez, pero necesaria). Cansado de tonterías, Felipe II se pone al mando de su
ejército y aplasta la resistencia aragonesa con su imperial bota. El bueno de
Juan de Lanuza, que era la cabeza visible de la rebelión foralista, es
decapitado en un ejemplo de la rapidez de justicia que prefería el monarca.
La cabeza de Juan
de Lanuza quedó expuesta en una pica a las puertas de la Ciudad de Zaragoza. Hasta
que Felipe III, años después, no pasó por la ciudad y se quedó asqueado de que
aun estuviera allí, no se dio permiso para enterrar dicha cabeza.
http://lamiradahistorica.blogspot.com.es/2012/12/erase-un-20-de-diciembre-de.html
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