El paso de siglo XIX al XX estuvo marcado profundamente por
el Desastre del 98 y la pérdida de las colonias españolas de ultramar. La
sensación de inutilidad rebosaba por los cuatro costados de la piel de toro:
nuestro imperio en el que “no se ponía el sol” había sido reducido a poco más
que la metrópoli.
Esa
sensación se veía aumentado por el sistema político de la Restauración. No era
un sistema democrático, a pesar de poseer España el sufragio universal desde
1890, era un sistema liberal representativo oligárquico. A la hora de votar no
existía una verdadera libertad, la voluntad del pueblo se ve distorsionada por
diferentes corrupciones, caciquismos locales y compra de votos. Por no hablar
de que, para evitar que determinados sectores votaran, las urnas se llegaron a
colocar en los tejados, lugares remotos o incluso hospitales de tuberculosos.
No hace falta que dibuje nada, ya está todo dibujado.
La
alternancia del turno político, que se producía con precisión casi perfecta, comenzó
a tener grietas debido a la pérdida de las colonias. Las masas populares empezaron
entonces a manifestar su descontento y a dar alas al incipiente movimiento
republicano, especialmente fuerte en las ciudades. España dió sus primeros
pasos como sociedad urbana: aparecen los primeros transportes urbanos, las
primeras galerías comerciales… en definitiva, una sociedad más difícil de
controlar a través del caciquismo y la corrupción política.
La
neutralidad española frente a la Gran Guerra supuso un impulso económico dado
que las principales potencias comerciales europeas estaban demasiado ocupadas zurrándose
como para producir alimentos. La producción agraria creció un 27% y la
producción de hulla en Asturias se duplicó. Las industrias textil, siderúrgica
y química también vivieron una época dorada, impulsada por un florecimiento de
los bancos (cuya potencia económica se llegó a duplicar) catapultando a España
al cuarto puesto en el ranking mundial de reservas de oro de la época.
José de Canalejas, asesinado por anarquistas, buen político y poseedor de un bigote impecable
La otra cara
de ese crecimiento económico fue la distribución de la riqueza. La desproporción
entre el beneficio y la retribución social
fue abismal: los salarios se estancaron mientras que la inflación llegó
a duplicar los precios. La rentabilidad del mercado exterior hacía que muchas
veces el mercado nacional quedara desabastecido, incluidos los productos de
primera necesidad, que se traducirá en una mayor conflictividad social. El número
de huelgas se disparó.
El impulso
económico se acabo al mismo tiempo que la Guerra. Los países que antes tenían
su industria destinada a la guerra empezaron a suministrar a sus propios
países, mientras que la industria española siguió con su inercia productora,
acabando con un espectacular stock de productos que en el pasado fueron
tremendamente lucrativos. La siderurgia, la agricultura y otros sectores
cayeron en barrena mientras que otras industrias más ligadas a la nueva
sociedad como podían ser la química o la eléctrica se mantuvieron a flote. La
conflictividad social, lejos de acabar, mantuvo a la sociedad en completa
tensión ya que además esos precios inflados del periodo de la Gran Guerra se
mantenían en el mercado nacional.
Una huelga no es tal si no hay unas cuantas barricadas y algún buen disturbio. Nada comparable a las batukadas de ahora.
Entre 1914 y
1923 se convocaron 6 elecciones generales debido a la imposibilidad de crear
gobiernos sólidos y duraderos. La imposibilidad de acabar con el caciquismo en
determinadas zonas condujo a un importante desarraigo político de la población.
La oposición radical (republicanos, anarquistas…) se encontraba con un caldo de
cultivo ideal pero que no pudieron aprovechar debido a que no tenían los medios
ni la fuerza de hacer una revolución desde abajo.
El general
Primo de Rivera, en respuesta a esta crisis final del sistema liberal, optó por
un pronunciamiento militar en septiembre de 1923 que dará paso a una dictadura
militar y solucionará los dos grandes problemas españoles: la Guerra de
Marruecos y la conflictividad social mediante un modelo socioeconómico
corporativo frente al individualismo liberal. En un primer momento no todo el
mundo se sumó al pronunciamiento, muchos aguardaron a ver qué movimiento hacía
el Rey, cabeza del sistema político, y sólo cuando acepto el nuevo sistema la
mayoría de personas lo imitó, cansada de la deriva política que llevaba el país
en las últimas décadas.
¡Qué pose! ¡Qué papada! ¡Qué entradas! ¡Qué porte!... Miguel Primo de Rivera: un tío con clase
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