Esta semana la he empleado en dar algo altruistamente a la
sociedad. Como no soy un millonario excéntrico poseedor de una sociedad
filantrópica, he tenido que hacerlo a pequeña escala. Cuando me ofrecieron la
semana pasada el poder ir a excavar al
humilde yacimiento de Labitolosa (y después de estar todo el verano en
dique seco arqueológico) no me lo pensé más de 10 segundos.
El yacimiento en cuestión es un pequeño espacio en el que se
superponen estructuras romanas y medievales. Pese a su poca grandiosidad es un
yacimiento peculiar por la disposición de su curia y el sistema de distribución
del aire de las termas.
La suite del arqueólogo, repleta de comodidades faif estars
Sin embargo, desde hace unos años hasta ahora, se ha ido
dejando de lado la excavación de la parte romana para centrarse en la cima del cerro.
En la cima están los restos de Castro Muñones (en árabe Qars Muns) y suponen el
punto de máxima expansión del dominio árabe en Europa hasta ahora. Pero su historia
la dejaremos para otra entrada del blog y nos centraremos en la campaña de
excavación del verano de 2013.
Todo comienza el 13 de agosto cuando recibo un mensaje proponiéndome
ir a excavar en menos de una semana. Así que el 18 ya estaba con la maleta
preparada y listo para el viaje que me llevaría a Graus en un todoterreno
destartalado de la Universidad de Zaragoza. La crisis y sus recortes se dejan ver y esta
campaña se ha notado: un puñado pocos privilegiados hemos podido coger pico y
pala para desenterrar otra parte del Cerro Calvario para recoger información arqueológica.
Lo bueno de madrugar es que, una vez habías llegado a lo alto, podías encontrarte con cosas como esta (cables mostrados en la fotografía por cortesía del PROGRESO)
El albergue municipal de Graus era nuestro cuartel general y
punto de abastecimiento, donde comíamos, dormíamos y en general hacíamos la
vida. Como estábamos excavando lo que creemos que es una puerta en recodo, no
hemos encontrado grandes materiales (minúsculos trozos de cerámica sin valor en
su mayor parte). Eso se traduce en tardes libres porque el trabajo de
laboratorio con los materiales encontrados era mínimo.
Esas tardes libres eran aprovechadas para hacer turismo
local por Graus y sus alrededores. Dormir la siesta era una actividad
obligatoria después de estar toda la mañana picando sin una sombra bajo la que
esconderse del sol de mediodía. Puede que uno de los trabajos más ingratos y
extravagantes del arqueólogo es ir limpiando la roca con una escoba para quitar
el musgo y polvo, por lo menos el guarda forestal que vino a quitarnos con la
motosierra los arbustos más grandes debió pensar que no estábamos muy bien de
la cabeza.
Parte visitable de las termas (estructura de hierro mostrada en la fotografía por cortesía del PROGRESO, again)
El sábado, justo antes de irnos, me ofrecí voluntario junto
con mi compañero Daniel Aquillué para
atender a los visitantes que vinieran en la jornada de puertas abiertas.
Era la primera vez que guiaba grupos de manera seria, y he de confesar que
estaba nervioso ante lo que pudiera ocurrir, pero el grupo fue respetuoso y la
experiencia enriquecedora. Quiero agradecer a todos ellos el interés que
mostraron en la visita y pedir perdón si algo no quedó claro. Sus aplausos al
finalizar la visita me llenaron de ilusión pero el colofón fue el interés que
mostraron muchas de esas personas quedándose a charlar conmigo al finalizar la
visita de temas interesantes.
Todo ha sido enriquecedor y especialmente gratificante el
excavar con el equipo de esta campaña veraniega, con el buen humor y las bromas
como norma. Así da gusto pasar una semana formándote en la parte más práctica
de la Historia y olvidarte del achicharrante calor imperante en toda España.
Si la economía lo permite, al año que viene volveré a ver este pequeño pueblecito para seguir desenterrando cosas
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