domingo, 3 de noviembre de 2019

El agua quiere matarte





El otro día, en plena cena de Halloween con los amigos, alguien mencionó que la sed era el peor enemigo del soldado. Yo me levanté, me puse el abrigo y, antes de marcharme con un portazo grité “por supuesto, porque los soldados no tienen nada que temer de sus grandes amigos inseparables, el Señor Metralla y la Señora bala”.

Estaba en ese momento de iluminación que tienes cuando vas solo en un ascensor, ese momento de introspección personal en el que todo encaja, justo ese. Como soy el dios del sarcasmo, decidí volver a ese cuarto piso a poner las cosas claras de forma ácida y con malevolencia.

Así que volví a llamar al timbre como si fuera un niño pidiendo caramelos. Como si esos niños tuvieran diabetes inversa y necesitaran enormes cantidades de azúcar para vivir un día más. El caso es que cuando se abrió esa puerta fue como si no me hubiera ido, porque es posible que todo el párrafo anterior sólo ocurriera hipotéticamente por motivos narrativos.

Y ahora empieza lo serio. Nunca (e insisto, NUNCA) intentes entrar en razón a un historiador furioso. Empezarán a soltar referencias a libros gordos que sólo han leído ellos y a señalar errores por todas partes. Son animales que no se detienen antes nada y con los que es imposible utilizar argumentos lógicos. Simplemente no razonan.

La ciencia me da la razón.

Pero a lo que vamos. Resulta que el que hasta ese momento había sido mi amigo realmente estaba en un error conceptual: la sed por sí sola no es el peligro, lo verdaderamente mortal es el agua. Los verdaderos expertos recomiendan no beber agua nunca y sustituir paulatinamente tu necesidad de líquidos por bebidas de extractos carbonatadas y azucaradas cuyo nombre no voy a pronunciar porque no me patrocinan.

Voy a obviar todas las batallas navales de la Historia, porque utilizar ese argumento para demostrar que el agua es mala sería muy fácil. Una batalla naval es a “demostrar que el agua es mala” lo que el bacon y queso es a los bocadillos. Si quieres convencer, tienes que arriesgar, y aquí hemos venido a jugar.

Federico I Barbarroja se fue a Tierra Santa a hacer las Cruzadas (porque eran algo así como el Youtube de la época). Inicialmente parecía prometedor para él, con batallas ganadas y todo lo que se espera de un cruzado modélico. Parecía que iba a ser el antagonista perfecto para Saladino al más puro estilo peliculero. Pero resulta que Barbarroja tenía calor y había un río fresquito cerca.

Última foto conservada de Federico Barbarroja.

Las aguas del río Saleph eran una tentación demasiado grande como para acordarse de quitarse la armadura, y al fondo que se fue. Otros dicen que el caballo lo tiró de la silla, y por lo tanto no fue culpa suya. También está la hipótesis del contraste térmico de una cabalgada por mitad de un horno y un río de agua de montaña bastante fría, que Federico tenía ya unos buenos sesenta años.

Y este es el primer ejemplo de por qué el agua es mala. Porque a Federico no lo mató la sed, lo mató el agua. Bueno, el agua, un infarto o lo de meterse en un río llevando armadura. Pero vamos, que no sería yo mismo si no hiciera un poco de populismo barato. Al final el emperador acabó en un tonel, rodeado de honroso vinagre y no despreciable agua.

Agincourt ha pasado a la historia por el famoso discurso de Enrique V el día de San Quintín. Lo que poca gente sabe es que por culpa de beber agua estancada durante el sitio de la ciudad de Harfleur los ingleses agarraron una enorme disentería porque, seamos sinceros, no quieres que se entere la gente que te vas por la pata abajo. Porque no es lo más glamuroso precisamente.

Lo marrón del suelo no es barro precisamente.

El agua, el malvado agua, contenía bacterias que contagiaron a todo el mundo, independientemente de escala social. Y el tener las letrinas cerca de las corrientes de agua no mejoraba las cosas. ¿Sabéis el mito de los arqueros ingleses diezmando a la caballería pesada francesa? Pues imaginaos lo mismo pero con arqueros desnudos de cintura para abajo, porque vieron que era lo más cómodo cuando se dieron cuenta que no les daba tiempo a quitarse los pantalones.

Pero el agua sigue siendo letal en el siglo XX. Los holandeses se dedicaron a inundar su propio país como modo de defensa en la Segunda Guerra Mundial, una táctica muy útil (aunque ruin) cuando gran parte de tu geografía está por debajo del nivel del mar. Una vez más, el agua siendo enemiga de los soldados.

Y ya que nos ponemos con las guerras mundiales, vamos a hablar de lo peligrosas que eran las húmedas trincheras de la Primera Guerra Mundial. La humedad de la tierra era la causante de numerosos problemas reumáticos entre los soldados, y las trincheras estancadas la razón de muchos problemas en los pies. Por no hablar del esfuerzo que suponía mantener una trinchera en óptimas condiciones cuando las lluvias debilitaban la estructura y erosionan las paredes.
No, la sed no es el mayor enemigo del soldado. Es el agua.

¿Veis? Al final sí que podía sacar una entrada de lo del otro día.

Bonus track: Durante la Guerra Civil, las fuerzas sublevadas volaron el acueducto de Tardienta con la intención de inundar las posiciones republicanas. Finalmente acabaron inundando sus propias posiciones, dejando a los republicanos completamente secos, demostrando así que el agua es desleal y taimada (o los sublevados muy chapuceros).

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