domingo, 21 de mayo de 2017

La Guerra de los 30 años




Como decía Pérez-Reverte en “Muchachada Nui”: Siglo XVII, el subidón en España. Mira, todo bueno, todo bueno, mira.

Los que habéis leído algo de Alatriste como lectura obligatoria de instituto, sabéis a lo que me estoy refiriendo. Coger una vizcaína, clavársela a un holandés en las tripas y tirar p'arriba. Pues eso pero durante 30 años. Hala, ya tenéis la Guerra de los 30 años resumida a más no poder.

Inicialmente estalló como un conflicto entre católicos y protestantes, entre el espíritu de la Reforma y el espíritu de la Contrarreforma, pero pronto escaló a niveles políticos y militares. Y casi toda nación medianamente importante de la Europa del momento intentó incorporarse a la fiesta. Que 30 años dan para liarla mucho.

No puedo ser el único que piensa que el Emperador Rodolfo II del Sacro Imperio Romano Germánico es una especie de Felipe II con unos kilos de más.

El imperio de Carlos V era grande, pero era un polvorín de diferencias abismales. El cisma entre católicos y protestantes había tenido el mismo efecto que el que grita “PELEA, PELEA” cuando dos personas se pegan. El caso es que se elige como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico a un católico, cosa que no hace gracia a los protestantes de Bohemia. La cosa es que los bohemios se rebelan y se la lían al emperador.

Como no podía ser de otra forma, los rebeldes son aplastados por las tropas del emperador germano, que cuenta con la ayuda de los católicos y españoles. El catolicismo había triunfado. Los protestantes se habían refugiado en los Países Bajos como ratas cobardes y todo volvía a verse de color rosa. Eran tiempos tan dulces que los diabéticos explotaron de forma bastante cómica.

- ¿Alguien ha dicho "ALEMANIA"?
- Por Dios, Adolf, deja de invadir las cronologías que no te pertenecen.

Pero a lo lejos, en Dinamarca, se formaban nubes de tormenta. Para 1625 el rey danés había llegado a la conclusión que un Sacro Imperio Romano Germánico católico era un peligro para su pequeña nación protestante. Los germanos se quedaron picuetos cuando no pudieron sitiar la capital danesa porque estaba en una isla de esas de los Estrechos Daneses y se quedaron en la costa agitando el puño de manera amenazadora. La cosa se quedó en que Dinamarca era una mala influencia y  no se relacionaría con los protestantes alemanes.

¿Hemos acabado ya? ¡No! Que la guerra duró treinta años. El catolicismo llevaba ventaja hasta este momento. Por lo menos hasta que Suecia pensó “hey, si Dinamarca no lo ha conseguido, a lo mejor yo sí que puedo conseguirlo”. Y contra todo pronóstico, logró hacerlo. Puso a los alemanes contra las cuerdas y pudo negociar un tratado de paz que legalizara el calvinismo, por ejemplo.


Johannes van Huub en el momento exacto en el que descubriría que la coraza no protegía tanto como le había hecho creer aquel vendedor tan persuasivo.

Y Francia dijo en soliloquio “pues si Suecia puede zurrar a Alemania, yo también puedo, aunque tenga que aliarme con esos sucios protestantes”. Esos sucios franceses aunando fuerzas con herejes para terminar con la hegemonía europea de la dinastía de los Habsburgo. La derrota para el Sacro Imperio Romano Germánico fue importante, y tuvo que afrontar numerosas pérdidas de privilegios que se recogieron en la Paz de Westfalia.

Las consecuencias fueron enormes: muchos de los países contendientes acabaron arruinados por depender de ejércitos de mercenarios. Por no hablar del altísimo coste humano: la carestía de alimentos, enfermedades e incursiones diezmaron las poblaciones centroeuropeas. En Alemania la debacle demográfica fue incluso mayor y al finalizar la guerra la población había disminuido un tercio en cuanto a números totales.

¿Sabéis cuando os dicen que “la guerra es muy mala”? Pues la Guerra de los 30 años es el mejor ejemplo.


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