domingo, 11 de enero de 2015

La Segunda República Española (II)


Buf, que locura de navidades. Y encima hasta febrero no podré escribir una nueva entrada porque estoy con los trabajos hasta el cuello… asi que mejor acabar con la Segunda República y dejar la Guerra Civil para después del paréntesis en el que me evaluarán.

Bla bla -excusas por no actualizar- bla bla a mi dame la entrada ya.

Allá vamos. Tocho largo.

Habíamos quedado en que la Segunda República llevaba un camino parecido a la Primera. Incluso comunistas y anarquistas renegaban de ella al considerarla una forma de perpetuar la burguesía bajo una capa de maquillaje demócrata.  Si, así de radicales éramos los españoles de los años 30.

Ante una izquierda que estaba celebrando una competición de “a ver quién era más revolucionario” llegó la derecha dando un golpe en la mesa y pidiendo un carajillo sin café: en las elecciones de 1933 triunfaría la Confederación Española de Derechas Autónomas. Además, esas elecciones serían las primeras en las que votarían las mujeres, a las que luego todo izquierdista de pro culparía sin dudar del triunfo de la derecha.

En otras palabras: mientras que la izquierda se presentó dividida en partidos de “la república independiente de mi casa” la derecha se presentó en bloque, que a veces no estaba demasiado unido, pero era un bloque. El ambiente político español era totalmente diferente al de 1931, año de la proclamación de la República.

Guardias de asalto a las puertas de la oficina de Correos de Zaragoza. Guardias de asalto. Se te llena la boca al pronunciarlo. Definitivamente, si alguna vez soy presidente de España, refundaré el cuerpo solo por su sonoridad.

La problemática de las elecciones del 33 es que el partido que había sacado más escaños era un partido no republicano por lo que Alcalá-Zamora no propuso a Gil Robles como presidente y prefirió dar la presidencia a Lerroux en coalición con la CEDA. Su objetivo político era centrar y rectificar la política del primer bienio y se cree que el incorporar a la CEDA a su gobierno era una maniobra para acercarla al republicanismo. Pero le salió el tiro por la culata.

Dentro del propio bienio hay diferencias entre el primer y segundo año: en la política religiosa se paró la ley de congregaciones religiosas, se ralentizó la construcción de escuelas, se devolvieron tierras expropiadas a la nobleza pero no se suspendió la Reforma Agraria, se amnistió a los militares involucrados en la sanjurjada…

La política de centro-derecha acabó alienando a los sectores laicistas del partido de Lerroux, sumado que la CEDA siempre pedía más y nunca se conformaba con las cesiones. Gil Robles, indispensable para el gobierno pero sin estar oficialmente en el gobierno, aspiraba a revisar la Constitución y en última instancia sustituir al gobierno de Lerroux. Algo así como un parásito cerebral que termina usurpando la voluntad del huésped, Lerroux solo era una herramienta con la que acceder al poder y luego olvidarse de ella.

Era el famoso plan de las tres fases de Gil Robles: apoyar a Lerroux, monopolizar el poder político en detrimento del partido de Lerroux y sustituir a Lerroux. Al entrar en juego esa sustitución paulatina por Gil Robles, que se definía a sí mismo  como católico y republicano accidental (vamos, que él era republicano por obligación), muchos obreros daban por consumida la República burguesa y creyeron que era la oportunidad para la revolución popular.

Left 4 Dead. Un 10% divertido si eres historiador.

Por eso, cuando en el 34 llega al gobierno ministros de la CEDA, los socialistas salen a la calle con dos cosas en mente: huelga general e insurrección armada. La Generalitat se rebeló contra el gobierno y promulgó el Estado Catalán dentro de la República Federal Española. La Guardia de Asalto pudo sofocar  las huelgas en casi todas las partes de España, con excepción de Asturias donde los dinamiteros tuvieron acceso a armas con las que hacerse con los puestos del ejército y la Guardia Civil. La respuesta del gobierno  fue enviar al sector africanista, al sector más duro y sanguinario, saldándose con más de un millar de muertos y treinta mil detenidos por el bando revolucionario.

Una vez controlada la revolución en Asturias, las consecuencias fueron evidentes: la CEDA se vio reforzada y en 1935 ya había cinco ministros, con Gil-Robles como ministro de guerra, la revolución social había fracasado y la represión fue abrumadora. La izquierda quedó desbancada en sus posiciones más radicales y revolucionarias, replanteándose la vía insurreccional y volviendo a la coalición con los republicanos: los republicanos empezaron a apostar por una coalición con los socialistas con tal de impedir otro triunfo de la CEDA.

A finales del 35 el ambiente era totalmente diferente a la del 33 por enésima vez. La última crisis de gobierno provocada por una rabieta de la CEDA en diciembre del 35, que incluía a Portela Valladares, político con menos carisma de toda la historia española, como sustituto de Lerroux en vez de Gil Robles hizo que Niceto Alcalá-Zamora convocara elecciones. Ahora sabemos que Gil-Robles no se tomó con deportividad eso de que prefirieran a un político de tercera fila antes que a él y comenzó sus escarceos con militares.

Miguel Portela Valladares ¿Te suena su nombre? A sus padres tampoco.

Las elecciones de febrero del 36 las ganará el Frente Popular, una coalición de partidos apoyada por todo aquel que se autoproclamara “de izquierdas”… ¡si hasta la CNT  no abogó la abstención! Por ello la CEDA nunca reconoció como legítimos los resultados de febrero del 36, pidiendo a Portela Valladares que declarara el estado de guerra. Ante las presiones, Portela lo que hizo fue darse aun más prisa en abandonar su puesto y pasar el marrón a Azaña como presidente del gobierno y finalmente como presidente de la república.

La derecha criticó alarmada que el gobierno del Frente Popular iba a hacer la revolución: los primeros movimientos de amnistía, la recuperación de la reforma agraria y la Generalitat… todo ello confirmaba las alarmas que pronosticaba la derecha. Parecía como si la izquierda tuviera mucha prisa en recuperar los dos años en que el gobierno había estado en manos de la CEDA.

Las tensiones entre los dos grupos se podían palpar a pie de calle: representadas por las milicias y juventudes de los diferentes partidos (Falange, Juventudes Socialistas…) en una especie de acción-reacción violenta. A pesar de todo, y en contra de la creencia popular, la violencia anticlerical se cebó con los bienes materiales, ningún asesinato de religiosos se produjo en los meses antes del estallido de la Guerra Civil. La violencia mostró la incapacidad del gobierno para controlar el orden público, dando argumentos  a los sectores que buscaban presentar a la República como el caos.


Ese ambiente de tensión política y violencia cotidiana que el Estado era incapaz de controlar tenía que estallar por algún sitio. La sublevación tuvo lugar el 17 de julio de 1936 en Melilla. Acaba triunfando en todo el norte de África y toda Castilla la Vieja, Aragón y Extremadura, así como capitales de provincia de toda España. Quedaba de esta forma fijada la España de la Guerra Civil.


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