En contra de lo que la cultura popular
piensa, Julio César no fue nunca un emperador romano. Pese a que sus ambiciones
fueron intensas (y extensas) nunca atentaron contra el sistema contemplado por
la República Romana. Su gobierno, aunque atípico, estaba contemplado por las
rígidas directrices que movían la vida republicana.
El primer
emperador romano será el joven Augusto, hijo adoptivo del César. Las fuentes de
las que podemos extraer información sobre Augusto son diversas: sus Res Gestae Divi Augusti (propaganda
demagógica que ensalza las decisiones de Augusto) o las ligeramente más
imparciales biografías de Suetonio y Casio Dión. En su Vida de los XII césares Suetonio dedica una al joven Octaviano. En Historia romana Dión articula dos
figuras diferentes: el ambicioso y manipulador triunviro frente al clemente y
justo Princeps.
Parece buena persona ¿eh? pues es todo fruto de la PUBLICIDAD
En marzo del
año 44 a.C. un Cayo Octavio de 18 años, cuyo único capital político consistía
en un parentesco por línea materna con César, era nombrado hijo adoptivo y
heredero legitimo de todos los bienes. En un acto de piedad, Octavio cambió
su nombre a Cayo Julio César Octaviano, transfiriendo el carisma de César a su
nombre e incorporándose a la gens Iulia.
En contrapartida al joven Octaviano
estaba Marco Antonio, quien tenía amplia experiencia militar y había
desempeñado un exitoso cursus honorum
político y sacerdotal. Marco Antonio, que era cónsul el 44 a.C., no iba a
permitir que un imberbe le arrebatara la herencia del César, que ya consideraba
suya.
Después de unas
breves palizas entre ellos, formaron una alianza con Lépido. Dos cesarianos y
el “traidor” Octaviano formaron el
primer triunvirato de la historia romana. De esta forma irregular, los tres
triunviros se repartieron los territorios romanos y se llevó a cabo una serie
de proscripciones de ciudadanos para acabar con los disidentes políticos que
debilitaron a la nobilitas y al Senado. Las luchas entre los herederos del
César acabaron salpicando a toda la sociedad romana.
Octavio con una corona divinísima de la muerte
Octaviano,
desde su puesto de relevancia política se dedicó a camelarse a la población con
la mejora del aprovisionamiento de agua de Roma, restauración de numerosos
edificios, se organizaron muchos y grandiosos espectáculos, y se creó un cuerpo
de bomberos público. Con el visto bueno de la plebe, Octaviano empezó una
campaña de desprestigio contra Marco Antonio. Lépido sería quitado de en medio mediante
una serie de conspiraciones dignas de Juego de Tronos y su vida política (que
no su vida biológica) totalmente eliminada.
Augusto como nunca lo habías visto: policromado como una furcia
La
caída en desgracia de Marco Antonio tras la batalla de Actium (31 a.C.) se hace
patente, su derrota es inevitable, y acaba suicidándose. Octaviano prohibió la
entrada a Egipto de cualquier senador y mantuvo la administración tradicional
para poder presentarse como un sucesor legítimo de los Ptolomeos, dinastía de
la que se apoderó de sus tesoros haciéndose inmensamente rico. Se convertía así
en el hombre más rico de toda la República y único triunviro superviviente.
A
partir de su ascenso al poder se nos muestra a un Octavio benevolente, amado
por todos y traedor de la paz a los territorios de la República pero, en
realidad esa imagen tiene detrás un amplio dispositivo propagandístico claramente
enfocado a lavar su imagen de ambicioso y conspirador. Rodeado de gente
influyente y capaz, Augusto había creado una imagen idealizada para la
posterioridad, como compensación por las irregularidades y abusos que cometió
para llegar al poder.
Decadentes ciudadanos republicanos que merecen un Emperador como Júpiter manda
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