lunes, 22 de julio de 2013

Octavio Augusto: ese hombre (Vol. I)



En contra de lo que la cultura popular piensa, Julio César no fue nunca un emperador romano. Pese a que sus ambiciones fueron intensas (y extensas) nunca atentaron contra el sistema contemplado por la República Romana. Su gobierno, aunque atípico, estaba contemplado por las rígidas directrices que movían la vida republicana.

El primer emperador romano será el joven Augusto, hijo adoptivo del César. Las fuentes de las que podemos extraer información sobre Augusto son diversas: sus Res Gestae Divi Augusti (propaganda demagógica que ensalza las decisiones de Augusto) o las ligeramente más imparciales biografías de Suetonio y Casio Dión. En su Vida de los XII césares Suetonio dedica una al joven Octaviano. En Historia romana Dión articula dos figuras diferentes: el ambicioso y manipulador triunviro frente al clemente y justo Princeps.

Parece buena persona ¿eh? pues es todo fruto de la PUBLICIDAD

En marzo del año 44 a.C. un Cayo Octavio de 18 años, cuyo único capital político consistía en un parentesco por línea materna con César, era nombrado hijo adoptivo y heredero legitimo de todos los bienes. En un acto de piedad, Octavio cambió su nombre a Cayo Julio César Octaviano, transfiriendo el carisma de César a su nombre e incorporándose a la gens Iulia. En contrapartida al joven  Octaviano estaba Marco Antonio, quien tenía amplia experiencia militar y había desempeñado un exitoso cursus honorum político y sacerdotal. Marco Antonio, que era cónsul el 44 a.C., no iba a permitir que un imberbe le arrebatara la herencia del César, que ya consideraba suya.

Después de unas breves palizas entre ellos, formaron una alianza con Lépido. Dos cesarianos y el “traidor”  Octaviano formaron el primer triunvirato de la historia romana. De esta forma irregular, los tres triunviros se repartieron los territorios romanos y se llevó a cabo una serie de proscripciones de ciudadanos para acabar con los disidentes políticos que debilitaron a la nobilitas y al Senado. Las luchas entre los herederos del César acabaron salpicando a toda la sociedad romana.

Octavio con una corona divinísima de la muerte

Octaviano, desde su puesto de relevancia política se dedicó a camelarse a la población con la mejora del aprovisionamiento de agua de Roma, restauración de numerosos edificios, se organizaron muchos y grandiosos espectáculos, y se creó un cuerpo de bomberos público. Con el visto bueno de la plebe, Octaviano empezó una campaña de desprestigio contra Marco Antonio. Lépido sería quitado de en medio mediante una serie de conspiraciones dignas de Juego de Tronos y su vida política (que no su vida biológica) totalmente eliminada.

Augusto como nunca lo habías visto: policromado como una furcia

La caída en desgracia de Marco Antonio tras la batalla de Actium (31 a.C.) se hace patente, su derrota es inevitable, y acaba suicidándose. Octaviano prohibió la entrada a Egipto de cualquier senador y mantuvo la administración tradicional para poder presentarse como un sucesor legítimo de los Ptolomeos, dinastía de la que se apoderó de sus tesoros haciéndose inmensamente rico. Se convertía así en el hombre más rico de toda la República y único triunviro superviviente.


A partir de su ascenso al poder se nos muestra a un Octavio benevolente, amado por todos y traedor de la paz a los territorios de la República pero, en realidad esa imagen tiene detrás un amplio dispositivo propagandístico claramente enfocado a lavar su imagen de ambicioso y conspirador. Rodeado de gente influyente y capaz, Augusto había creado una imagen idealizada para la posterioridad, como compensación por las irregularidades y abusos que cometió para llegar al poder.

Decadentes ciudadanos republicanos que merecen un Emperador como Júpiter manda

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