domingo, 18 de octubre de 2020

Vivir en la Francia ocupada.

 


Con el armisticio firmado el 22 de junio de 1940, Francia y el III Reich cesaban oficialmente sus hostilidades. También dividía el país galo en dos regímenes diferentes: al norte, la zona ocupada directamente por los nazis, y al sur la zona gobernada por Petain bajo supervisión alemana. Incluso había una tercera zona ocupada por italianos, pero para lo relevantes que fueron, sobra incluso mencionarlos. Los italianos, bueno, un trozo de tierra ya les valió como premio por su participación.

La creación de la Francia de Vichy no fue un acto de caballerosidad de los alemanes, fue simplemente “ser práctico”. El Reich no tenía ni los recursos ni el tiempo para ocupar y pacificar toda Francia, así que era mejor poner un títere francés que legitimara un gobierno de colaboración. El armisticio, por ejemplo, recogía que Alemania no tenía que devolver ningún prisionero de guerra francés, tomándolos como rehenes pero con diplomacia, como diciendo “no te importará que me los quede yo ¿no? Total, ahora el ejército alemán es el que te protege”.

Una de las primeras medidas que se tomó fue la de adoptar el huso horario de Berlín, algo que España aceptaría de buen grado de manera voluntaria. Podría decirse que mientras a los franceses hubo que obligarlos, Franco estaba tremendamente contento de parecerse a los alemanes por vete tú a saber qué razón. Otra medidas igual de bonitas incluían la requisa de todas las armas de fuego (incluidas las de caza) o prohibición de oír radios extranjeras.


La zona francesa bajo gobierno francés se conoció como Francia de Vichy, mientras que la zona catalana bajo gobierno francés...

Por su parte, el III Reich aun no había recibido ninguna hostia considerable, y estaba en el clímax de su triunfo: París se llenó de soldados que hacían turismo y se creían con derecho a todo, que para eso habían derrotado a los franceses. Podría decirse que los alemanes hicieron lo que mejor saben hacer, y convirtieron París en su particular Mallorca por derecho de conquista.

Pronto empezaron a requisar alimentos para el suministro de los tropas en el frente, y en algún punto los oficiales pasaron de quitarles baguettes a los franceses a quitarles obras de arte. Para mejorar las cosas, la tasa de cambio del marco alemán al franco francés se decretó de manera que favorecía tanto a los alemanes que, aunque pagaran por lo que compraran, básicamente estaban robando al tendero y comprando queso y vino francés a precio de risa. Los hoteles y restaurantes caros se llenaron de alemanes con ganas de juerga porque hasta el soldado más pesetero podía permitírselo.

Educados turistas alemanes esperando a que abran el Louvre.

Pero si cuando la guerra le iba bien a Alemania las tropas habían sido un grano en el culo para los franceses, cuando las cosas empezaron a torcerse fueron… desastrosas. Para empezar, la producción francesa iba a parar a Alemania, y los franceses, a cambio, conocieron las cartillas de racionamiento. Y con las cartillas de racionamiento llega el viejo amigo que España conocíamos bien en los años cuarenta: el estraperlo. Porque no hay nada más patriótico que retar a las fuerzas extranjeras de ocupación que proveer a tus semejantes de aquellos bienes que necesitan. A un precio desorbitado, claro.

Las ciudades consumían más comida de la que las cartillas les proveían, y los pueblos necesitaban manufacturas de la industria que no tenían, creando así una especie de trueque informal con los precios infladísimos. La vida en el campo era ligeramente menos opresiva que en las ciudades, razón por la cual se comenzó a producir una especie de éxodo urbano hacia el campo.

Anónimo ciudadano francés ofreciendo sus productos a sus vecinos, pero treinta veces más caros.

Pese a todo, hubo gente a la que no les fue mal bajo la ocupación alemana. Asumiendo su rol bajo sus nuevos jefes germanos, los colaboracionistas florecieron. El Parti Populaire Français, los fascistas franceses, y la Milice française, las fuerzas paramilitares fascistas, se dedicaron a reprimir a sus ciudadanos para ganarse una sonrisa de Hitler, la más pura y cálida de las sonrisas fascistas.

¿Os acordáis de los prisioneros de guerra que decía al principio? Al Reich se le ocurrió una forma de volver a juntar a las familias francesas: por cada tres trabajadores que marcharan voluntarios a Alemania, un prisionero de guerra volvería a su casa. Y pese a que la propaganda pusiera como un acto de sacrificio patriótico el irse a Alemania a, básicamente, ser mano de obra esclava, fue un fracaso. A nadie le gusta ser un esclavo, pese a lo que opine Infojobs actualmente, y al final los alemanes impusieron unas cuotas obligatorias de trabajadores.

Con todo este panorama, con los alemanes comportándose como si Francia entera fuera un enorme buffet libre, es normal que la gente se hartara y se uniera a la Resistencia.

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