domingo, 6 de octubre de 2019

La radiación es maravillosa para tu salud





El otro día el señor Aritz López Arrúe me preguntaba con curiosidad si había ya hablado del Revigator en el blog. Podría indignarme y pensar que un fan de verdad lo habría sabido al momento, pero soy comprensivo. Obviamente, y sin una wiki de referencia, es normal perderse en las cientos de entradas que he ido escribiendo en el blog a lo largo de… ¿siete años?

Ay, Dios mío…

Imaginad un recipiente que contenía uranio y radio, en el que tenías que echar agua durante la noche y bebértela por la mañana para hecho un toro. La versión que brilla en la oscuridad del clásico vasito de agua en la mesilla. Si os escandalizaba, deciros que análisis con aparatos modernos encontraron trazas de cosas tan sabrosas y saludables como el arsénico, plomo o vanadio. El pack completo para ser la viva imagen de una salud a prueba de bombas.

"A prueba de bombas" y estamos hablando de cachivaches nucleares ¿lo pilláis? ¿eh? bah, es humor demasiado inteligente para vosotros.

El caso es que el Revigator no es más que un aspecto de la ingenua creencia sobre los poderes curativos de la radiación que había a principios del siglo XX. Porque no hay nada como el total desconocimiento de algo para romantizar ese algo*. Especialmente antes de que el material nuclear hiciera chiquilladas en Hiroshima y Nagasaki, el ciudadano de a pie no sabía qué diantres era la radiación ni cómo funcionaba. Ni le interesaba.

Por eso se atribuían poderes curativos, que supongo que no hace falta que tenga que desmentir, porque el Revigator tenía tanta tasa de efectividad como el poder curar la homosexualidad con la oración. Pero eran los principios del siglo XX y había comenzado la “Era Atómica”, una época en la que las esperanzas y el optimismo sobre la radiactividad solo eran superadas por el desconocimiento.

No, joder, NO.

Expertos y analistas vieron en la energía nuclear la energía del futuro. Mucho más limpia que los combustibles fósiles. Una visión utópica en la que la energía nuclear sería capaz de convertir en vergeles los desiertos y en la que un coche no tendría que repostar más que una vez al año. La tecnología que se necesitaba para convertir a la Tierra en una utopía en la que todos sonreiríamos felices.

La imaginación de la gente empezó a fantasear con lo nuclear, y los sueños eran realmente húmedos: que si viajar al espacio, que si calentar ciudades, habitar los polos ¡empezar cirugía nuclear!... Claro que aún no había llegado el listo que vio potencial armamentístico a la energía nuclear y pensó que si podía hacer todo eso, también podría destruirlo. Por ahora era “nuestro amigo el átomo”.

Todo eso es excusable, después de todo aun faltaban muchas décadas para que se estrenara Chernobyl en Netflix y nos concienciara a todos de lo malo que es la relación para un cuerpo blandito e indefenso como es el cuerpo humano. ¿Qué podía hacer la radioactividad sino curarnos y darnos mutaciones? Pero mutaciones chulas, como superfuerza o supervelocidad, nada de leucemia y cosas deprimentes.

La radiación y sus maravilloso efectos beneficiosos para los seres vivos.

Pero llegó la Guerra Fría, y los rusos echaron mano a sus propias armas nucleares. Lo que en la propaganda había sido hasta ahora “todo rico, todo bueno” empezó a ser “todo rico, todo bueno, PERO puede tener estos efectos secundarios en manos de bolcheviques”. Seguido de una lista de tres centenares de folios detallando horribles muertes por intoxicación por radiación.

Fue entonces cuando la gente empezó a pensar que la radiación tambien podía crear cosas malas como, no sé, Godzilla. O el Fallout76.




*Mi abogado me obliga a mencionar que el desconocimiento de algo también puede llevar a cosas que se van de las manos, como quemar a la gente en la hoguera por decir nosequé del Sol.

2 comentarios:

  1. ¿Pero sabes cuántos terrones de azúcar contenía? Exacto, cero. Podías consumirlo con la total libertad y tranquilidad de que no serías señalado y vilipendiado por sinazucar.org

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