domingo, 18 de marzo de 2018

Los Idus de marzo




Hay días regulares, días malos y días como los Idus de Marzo. En la escala de días de mierda, detrás de los Idus de Marzo sólo está “ser Polonia el 1 de septiembre de 1939”, para que os hagáis una idea de la magnitud de absoluta mierda.

Pero para saber qué fueron los Idus de Marzo, primero os tendría que hablar de Julio César. Si has pensado mentalmente “ah, en EMPERADOR Julio César” te invito cortésmente a abandonar este blog. Y cuando digo “cortésmente” significa “con inusitada violencia y baneo de IP”.

En primer lugar, Julio César NUNCA fue Emperador de Roma. A pesar de que las instituciones republicanas romanas fueran debilitándose con el tiempo y perdiendo su importancia, el primer emperador como tal fue su sobrino-nieto: César Augusto. Las cosas claras y el chocolate espeso (y negro como mi corazón).

Bueno, a lo que íbamos. Julio César.

Julio César utilizaba corona de laurel para disimular las entradas. No le molaba que se le viera el cartón.

Julio César fue un tío todoterreno. Tan pronto te conquistaba las Galias como se te liga a Cleopatra o te monta una guerra civil del cagarse. Todo lo hacía bien, desde el principio: su carrera política fue meteórica, su carrera militar fue imparable, su conciencia cívica era el orgullo de Roma, era uno de los más socorridos personajes en los comics de Asterix… vamos, que lo tenía todo.

Cayo Julio César empezó siendo un político muy competente y famoso en su momento, que pactó con otros dos amigos (Cneo Pompeyo Magno y Marco Licinio Craso) para repartirse el poder y no abusar de él. Era una relación difícil porque cada uno se fiaba menos de los otros dos que de un condón del todo a 100 caducado.

Todo iba más o menos bien hasta que el idiota de Craso se deja matar durante su chapucera campaña por Persia. Pompeyo y César se quedaron mirando fijamente el asiento vacío y pensando como sentarse en él sin tener que levantarse del que ya estaban sentados. Y estalló una guerra civil entre romanos.

¡Contentemos por igual con esta foto a historiadores y amantes del cómic europeo!

La victoria contra Pompeyo le hizo consolidarse como dictador absoluto de toda la República Romana. El Senado se apresuró a ganarse el beneplácito de César haciendo todo lo que les pidiera. Por su parte, César se quiso ganar a la población romana mediante obras públicas y edificaciones propagandísticas. De esta forma quedaba asentado firmemente política y socialmente en el poder absoluto.

César se vino arriba y empezó a comportarse de forma ególatra. Cosas como no levantarse de la silla ante los senadores, coronar una estatua suya con cintas blancas (reservadas para la monarquía) o algo tan escandaloso como llevar sandalias rojas. Entre la plebe corrian rumores sobre la vuelta de la monarquia y algunas figuras políticas mas lamecu… más cercanas a César apoyaban abiertamente sus pretensiones monárquicas.

Mientras tanto, César jugaba con la ambigüedad y con el “ay, qué cosas me dices jijiji” como dos adolescentes ligando. Que le ofrecían una corona monárquica a César: “huy, que alguien me la quite que yo no la quiero jijiji”. Que las multitudes le llamaban rey: “huy, seguramente eso debe ser por la familia de mi mujer, que es la gens Marcci Reges jijijiji”. Dos hostias se tenía que llevar César por esa mal fingida falsa modestia, DOS HOSTIAS.

Julio César antes de pronunciar sus últimas palabras "Bruto, crack, ¿llevas una daga ahí abajo o es que te alegras de verme?"

Pero lo mismo que acabo de pensar yo lo pensaban un grupo de romanos. El grupo de conspiradores quedó con él para que leyera unas cosillas que acaban de escribir. Personalmente espero que en el papel pusiera “JAJAJAJA AS SIDO DURAMENTE TROLIADO xddddd” y que eso fuera lo último que César leyera antes de morir.

Era 15 de marzo. La mitad del mes de marzo, día que en el calendario romano se llamaba “idus”. Ese día César, que había triunfado en todos los aspectos de su vida, estaba tumbado en las escaleras del propio Senado Romano pensando en cómo había llegado a eso. Había recibido 23 puñaladas en todo el cuerpo y había pronunciado las famosas palabras “Tu quoque, Brute, filii mi?” (¿tú también, hijo mío?). Sus agresores huyeron y dejaron el cadáver desangrándose en las mismas escaleras.

En uno de sus últimos momentos de lucidez, César pensó “definitivamente, tuvieron que ser las sandalias rojas”.

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