La Segunda Guerra Mundial fue divertida para España. No sólo
había tenido un pase para el prestreno de las tácticas que iban a decidir esta
contienda global, sino que encima acababa de salir de una guerra civil que la
había dejado en la más miserable de las ruinas. Por esas razones España se
mantuvo neutral cuando Hitler empezó a meter países en el saco del lebensraum.
Sin embargo, la afinidad ideológica de España con cierto dictador
alemán hacía que tuviéramos butacas de primera fila para la invasión de Europa.
Para muchos de los agentes fascistas alemanes e italianos, España entera se
convirtió en una especie de “piso Franco”. Y perdón por el chiste.
Esos agentes habrían levantado sospechas en otros países de
Europa. Hasta la neutral Suiza habría torcido un poco el morro, en un claro
gesto de desaprobación, si las reuniones de espías del Eje se hubieran
celebrado en suelo suizo. Pero España no. España había derrotado al bolchevismo
internacional gracias a sus amigos italianos y alemanes. Y si ellos nos podían
venirse de vacaciones a las soleadas costas de España como recompensa, apaga y
vámonos.
En la reunión de Hendaya, Hitler y Franco se repartieron las Islas Baleares según esferas de influencia que hoy en día siguen vigentes: Cabrera y Menorca serán de soberaía española, Mallorca e Ibiza para Alemania. Los Ingleses, que no acudieron al pacto, se tuvieron que conformar con Magaluf.